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Que Yoda no me joda

Por: Nicolás Posada
Cortesía Revista Horas


Salí de la sala con una ineludible sensación de angustia y aprehensión. Y no porque los Sith, equivalentes perversos de los Jedi, le hubieran asestado un duro golpe a la República galáctica, o porque el adorable Anakin Skywalker -“Ani”, como le dice su esposa- hubiera terminado convertido en el terrorífico Darth Vader. La amenaza fantasma no me asusta: a lo que sí le tengo miedo es a la estupidez flamante y rampante de la que esta película nos da un patético testimonio.

¿Samurais pseudo-cristianos que luchan por la democracia, al tiempo que predican una orientaloide filosofía de altruismo y desprendimiento? ¿Una ética de vida basada en “no alentar malos sentimientos”, y que resulta en la adquisición, por parte de quienes la practican, de habilidades paranormales y superpoderes -incluso, de la inmortalidad? ¿Una galaxia entera aplastada bajo el yugo de unos malvados seres que “se dejan guiar por sus pasiones”, matan niños y, lo que es peor -¡horrible, espeluznante, inaudito!- conforman un régimen totalitario y enemigo de la democracia? ¿Soy el único que siente algo de estupor ante semejante sartal patrañas?

Estupor y escalofrío. Porque la gran falacia detrás de todo esto es que los eventos tienen lugar hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana. Para cualquiera debería ser obvio que no es así: los personajes de la película son, en su gran mayoría, seres torpes y débiles que tienen un aspecto extraño pero divertido, hablan lenguas inentendibles (puros balbuceos primitivos) y, por lo general, tienen voz de osito cariñosito. Es la diversidad según Lucas: una multitud de razas atrasadas e inferiores, a las que hay que mirar con paternal condescendencia. Otro grupo significativo de personajes encarna el Mal con mayúscula. Todos los miembros de este grupo tienen voces gruesas y roncas, ojos brotados y uñas muy largas; masacran inocentes de la manera más gratuita y sanguinaria posible; y, por supuesto, se quieren tomar el mundo. Gracias a Dios están los Jedi, tan nobles, tan bellos, tan… articulados. Y tan sinceramente empeñados en pacificar la Galaxia. Personajes que se toman muy en serio; graves, solemnes, adustos… vacíos.

Una ficción igualita a la que otro loco delirante o idiota irredimido o cínico sin pudor ha inventado, en un contexto político y desde una posición quizás, y sólo quizás, más peligrosa. La película es la alucinación colectiva de una nación ignorante y desenfrenada, convencida de la incontestabilidad de sus valores, enamorada de su estilo de vida superficial y grosero. Un estilo de vida que pronto caerá bajo su propio peso, sin la intervención de ningún archivillano del Lado Oscuro. Y sin que ni Lucas, ni ningún Jedi de Hollywood, Washington o Texas puedan hacer nada al respecto.

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