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CONTRA EL FOLKLORE

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Para empezar, odio esa puta palabra: ¿será que el que se la inventó hablaba como el mancito de los Reyes, y era también afecto al reguetón? “Tocando el cuero yo soy el mejore/Y me gusta tocar folklore…”



Esa es la otra: resulta que ahora cualquier rosadito capitalino que utilice recursos costumbristas en sus letras, ojalá referidos a la cultura afro-caribeña, es un folklorista por derecho propio. No es sino que hable de “cueros” (tambores) y le guste “gozá’” mucho y “bebé” ron para sentirse como un auténtico compositor de música vernácula, más negro que Batata, más montañero que la niña Emilia, más sabroso que el propio Joe[1]. No joda…



Lo último en guarachas es la fusión… supuestamente. Porque la verdadera fusión es cuando un español viola una negra, y entonces nace un chino bastante pálido pero medio bembón; ese chino va y se come a una india, y entonces la hija es una hembrota de piel canela, labios carnosos y ojos rasgados. Es decir, una verdadera integración de razas y culturas, hecha posible por contingencias históricas que tienen una influencia ineludible y necesaria sobre las vidas de los hombres.



Muy distinto a lo que sucede cuando a cualquier gomelo bogotano le entra el capricho de coger su guitarra eléctrica, su PC o su tornamesa y echarse unas décimas… pero rapeadas, y sazonadas con un poco de joropo, reggae, carrilera y drumn’bass. Eso no sabe a nada (o más bien, sabe a mierda), por la misma razón que si yo echara todo el contenido de la nevera en un caldero ni por el putas me sale un sancocho.



Lo peor es que esos descabellados experimentos de laboratorio obedecen a un imperativo de corrección política según el cual la música de nuestra tierra debe ser recuperada y revalorada, y defendida del devastador embate del mercado anglo-sajón. Cuando basta con oír una canción de Lucho Bermúdez para saber que la música autóctona se defiende sola… Puro remordimiento de conciencia; puro deseo de oponer, a la hiper-urbana y pretendidamente fría cultura primermundista, una identidad tropicaloide y pseudo-campesina que, más que expresión genuina de nuestra idiosincrasia, parece prosa de folleto turístico o investigación antropológica retardataria.



No más Naciones Ceviches, no más Mojarras Eléctricas; no más vocablos indígenas impronunciables. No más tambores alegres, no más exóticos vocalistas de provincia, no más Casas de Citas. No perturbemos el descanso eterno de los maestros de antaño, y más bien dediquémonos a hacer lo nuestro; que fue, a la larga, lo único que ellos supieron hacer. Y ya eso les mereció la gloria.



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[1] Qué tal ésta: “Tu cuerpo me lleva a una fiesta de tambores/Tus pierna e’tan llenas de gaitas y pregones…” (Cabas tenía que ser) Uuuy, jueputa, qué haremos con tanta raza, tanta etnia, tanta Colombia profunda!

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3 comments

Anonymous said...

La verga... es cierto todo la culturilla del folklore es una mierda... Fonseca golpeo la perra con su cancioncita maricona. y de cuanto cachaco ahora se jura con ms sabor que los costeños...

Ahora quien mezcla guitarra electrica con una hijuepucha guacharaca es la biblia, que estupides sin sentido alguno...

Mueran, ardan en el infierno todos los palos de agua, los arnaus de mierda y los gianmarcos...

Anonymous said...

La lista es larga, pero ¿cómo se nos quedaron por fuera Mauricio y Palo de Agua, Bacilos, Carlos Vives y los malparidos de San Alejo? Esto es una mierda. ¡Muerte al maldito tropi-pop!

Anonymous said...

Y me uno a la voz de protesta en contra de Sonia Osorio y su atropello al bullerengue, al mapalé, a la cumbia, al joropo,... pero sobre todo al ballet.

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