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Los narradores deportivos como consecuencia de la estética del narcotráfico

Hace un tiempo tuve la oportunidad de ver la transmisión inglesa de la Copa Confederaciones, aquella en la que jugó Colombia y en la que murió un jugador de Camerún. Lejos de mi patria, quería ver cómo el onceno nacional defendía el título que lo acreditaba por vez única como campeón de Sur América, y más que el partido, me causó gracia ver cómo era posible escuchar a los narradores colombianos a través de la transmisión del país que inventó el fútbol. La elegancia inglesa no les permitía comentar lo que era tan evidente: el espíritu carnavalesco con el que estos personajes deben saludar a sus respectivas suegras seguramente transmitía emoción a los compatriotas que veían cómo el paupérrimo equipo era derrotado por su similar de Francia.

La frase pan y circo para el pueblo cobra con estos señores un especial significado, pues claramente en Colombia no hay ni pan, ni circo, sino solamente animador. Personalmente no me explico cómo no mueren más narradores colombianos de ataque cardiaco, pero bueno, cualquier persona tiene derecho a ser gritón y ordinario, y no es de interés acá hacer mofa de clases sociales desfavorecidas que han logrado superarse, incluso al nivel de darme envidia (no sólo porque están pichos en plata, sino porque tienen la oportunidad de viajar por el mundo viendo partidos de fútbol y conocer a los ídolos del deporte). No, eso es motivo de orgullo para un país. Haber creado un gremio en el cual no haya requisitos educativos, y del cual puedan salir corronchos ignorantes para Senadores es, paradoja, tal vez, pero casi la esencia misma de la democracia.

Que parezca ser un requisito tener antecedentes penales para poder narrar fútbol, tampoco es motivo de vergüenza, pues hay gremios similares como la política, las directivas de la Federación Colombiana de Fútbol, y la ganadería. Que se vistan como un Vito Corleone criollo, vaya y venga. Que empiecen a actuar como tales, ya es un poco preocupante (una persona conocida fue estrellada por Iván Mejía Alvarez en evidente estado de embriaguez, y al intentar cobrarle sólo consiguió recibir amenazas telefónicas, y ni qué decir del caso de Esteban Jaramillo, encarcelado por testaferrato), pero bueno, digamos que si ya hemos de convivir con los narcos en Colombia, uno más que se crea con el poder no hace mucha diferencia. Lo realmente preocupante, fanáticos del fútbol, es que estos señores, pequeños Gatsbys, se sientan inteligentes. ¿De cuándo acá hablar mierda de fútbol hace a una persona inteligente? Hay que ver una entrevista de periodistas serios, leer columnas en el periódico, para saber que estos personajes lo que tienen es protagonismo, no inteligencia. No le aportan nada nuevo al espectador, porque a diferencia de los internacionales, no han hecho cursos de técnicos ni tienen el más mínimo conocimiento. Se salvan, tal vez, Carlos Antonio Vélez, que a pesar de su arrogancia es probablemente el único que puede hablar con Bilardo cuando es invitado, Javier Hernández Bonnet, César Augusto Londoño, y probablemente Ricardo Henao, aunque éste último por su sencillez y no porque realmente aporte algo cuando habla.

¿Por qué hablar sólo hasta ahora? Porque hasta ahora estos locutores no habían percudido los espacios dedicados a informar e ilustrar los seguidores del bello deporte. ¿Por qué, si hay personas serias como Silva y Arias que tratan el tema del fútbol, deben someternos a estos tres intentos de periodismo que llaman los Tres Tenores? ¡Que vuelvan personas cultas a narrar deporte! ¡Qué vivan Salcedo y sus similares! Que se vuelva a hablar de fútbol con clase y conocimiento, y sobre todo, que quede muy claro, que por parecer traqueto nadie es inteligente.

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