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Las memorables aventuras de Ciniquín, pingüín

Por: Jefe O’Hara
(Cortesía de haraojefe.blogspot.com)

El equipo de Jefe O’Hara está perplejo por la reciente
polémica que se generó entre México y Estados Unidos
por la edición de unas estampillas conmemorativas del
ídolo secuencial de grandes y chicos: Memín, pingüín.
Aunque extrañamente no se discutió el aporte
indiscutible que la señora Yolanda Vargas Dulché, Dios
la tenga en su gloria, le hizo a la lengua castellana
inventando una palabra que, en una misma sílaba,
cuenta con diéresis y tilde, la trifulca de
declaraciones bien vale unas líneas en este espacio.

El problema empezó a principios de mes cuando algunos
líderes afroamericanos se despacharon en contra de la
Oficina de Correos Mexicana por la edición de estos
sellos postales que hacen parte de una colección
dedicada a los personajes más importantes del cómic
manito. Según ellos, se trata de un homenaje a una
figura racista que exalta la discriminación. La cosa
se puso un poco más complicada cuando el senado gringo
se sumó a la protesta y empezó un ir y venir de
declaraciones a favor o en contra del asunto, que
terminó convirtiendo la discusión en un tema de
respeto a las costumbres y a las tradiciones
culturales de México. Básicamente, se trata de una
avalancha de argumentos del estilo de “estos gringos
metiches no saben de lo que están hablando porque
ellos no entienden de qué se trata ese personaje” y
ese tipo de cosas. Con los nacionalismos exacerbados,
fundamentales en la creación de cualquier cortina de
humo decente, la discusión se volvió absolutamente
desproporcionada y lo único que logró fue que las
dichosas estampillas se vendieran como pan caliente.
Gracias a la posición privilegiada que Jefe O’Hara
puede tener de la polémica, ya que sus integrantes no
somos mexicanos pero sí leímos hasta la saciedad los
cómics de Memín, es hora de dar una opinión.

Sin más rodeos, pongamos las cosas claras: Memín es
absoluta y evidentemente discriminatorio. Afirmar lo
contrario es como defender las cualidades artísticas
de Chayanne o querer negar las tendencias sexuales de
Ricky Martin. El adorable personajillo de los cómics
mexicanos es totalmente simiesco y no se parece a
ningún otro ser humano de la serie, exceptuando su
familia. Aunque en principio se pueda tratar de un
problema que le atañe a los cultores de lo
políticamente correcto, lo cierto es que la visión que
propone Vargas Dulché, la Corín Tellado de las
viñetas, es 100% caricaturesca y esteriotipada. No hay
que tener la colección completa de las revistas para
darse cuenta de que el personaje no es negro, sino que
es un “negrito”, cuya condición le da una especie de
licencia para ser irreverente, que mezcla la bondad
con la pereza con una pizca de picardía. Claro que
vale la pena hacer énfasis en el hecho de que, como la
mayoría historietas populares (o mejor, populacheras)
mexicanas, Memín es una adaptación melodramática de
los personajes más representativos del cómic gringo.
Kalimán es una versión moralista de Mandrake en la que
cambian a Lotario por Solín, Arandú parece escrito por
Edgardo Arroz Burócrata y el resto de aventureros
exóticos son exponentes directos de la tradición de
los pulps. Por su parte, el niñito en cuestión le debe
su actitud y su caracterización gráfica a referentes
como Ivory, compañero de Spirit creado por Will
Eisner, y, en general, a los elementos típicos de la
forma como las tiras cómicas, las películas y los
comic-books de los treinta y los cuarenta mostraban a
los negros. En JOH, nuestra sensación es que cuando la
historieta manita hereda los mecanismos del cómic
norteamericano también importa sus estereotipos, con
todos los problemas que, durante las décadas
venideras, les surgirían. Sin embargo, es evidente que
los autores mexicanos configuraron sus creaciones
pensando en el público al que estaban dirigidos y,
sobre todo, en el “proyecto de formación moral para
las masas iletradas” que articula la bonanza de este
tipo de cómics. Por más de que el carácter racista de
Memín es innegable, su contexto es radicalmente
distinto a la historia cultural de los referentes
gringos que ayudaron a generarlo. El color de piel y
el planteamiento gráfico del personaje son en realidad
maneras de hacer evidente al público un ingrediente
básico del melodrama hispanoamericano: la pobreza. De
ella se desprende la lástima, el falso altruismo
católico, la empatía y la firme conciencia de que en
el mundo siempre habrá alguien más jodido que uno.
Entonces, la ecuación funciona inversamente a como la
ven los críticos norteamericanos. Para ellos se trata
de que Memín es un llevado del putas por ser negro,
pero la serie plantea que el personaje es un “negrito”
para hacer énfasis en el hecho de que es pobre. Mejor
dicho, resumiendo las palabras de Vincent Vega, es la
misma mierda pero distinta.

Pero lo que realmente nos indigna en JOH es el tema de
la doble moral. Las voces norteamericanas se dedican a
rasgarse las vestiduras por la existencia del recuerdo
de un personaje que ellos califican según sus
estándares. Pero el problema es que nadie da una
respuesta igualmente enérgica frente a la imagen
selvática de Bogotá en “Sr. y Sra. Smith”, o sobre los
estereotipos de los que, actualmente, abusa una serie
como “24”. Vargas Dulché y todo el entorno creativo
que rodeó sus creaciones pertenecen al pasado y no
tienen mayor credibilidad en este momento porque
responden a un modelo moralista cada vez más
desactualizado. Frente personajes como Memín se puede
establecer fácilmente una distancia que resalta su
carácter pacato y vetusto. En JOH pensamos que en
general los lectores de hoy en día no nos reímos con
este cómic sino que nos reímos de él. Sin embargo, la
estrategia de ventas de Shakira, la exaltación del
exotismo prosti-turístico, los estereotipos de los
malos terroristas o los idiotas latinos de la
película, son ejemplos que no gozan de esta reacción
en el público. Ahora resulta que el peor pecado del
mundo es no borrar de la faz de la memoria cualquier
cosa que no se ciña a las reglas norteamericanas de lo
políticamente correcto, pero está bien cagarse sin
misericordia en el que sea para usarlo como un
mecanismo ramplón para vender una película o para
hacerle un tributo al miedo. Mejor dicho, y para
resumir la situación en dos dichos populares: en vez
de criticar la paja en el ojo ajeno, primero hay que
ver la viga en el propio; claro que los contraejemplos
a Memín parecen no tener dolientes y es bien sabido
que “el que no llora, no mama”. Si un Jefe O'Hara
grita en el blogger, ¿alguien lo oirá?

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