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El Gran Maestro

Siempre quiso ser un intelectual decimonónico, pero nunca fue más que un ratón de biblioteca. Su anacrónica personificación más parece una mezcla del profesor de Comedia sexual de una noche de verano, de Woody Allen, con una versión desmejorada del zorro, pues con notable destreza produce disertaciones de dos horas con cualquier tablero, en las que con la agilidad de un espadachín dibuja ciclos e interacciones de personas, con conceptos y con libros.

Todos, me atrevería a decir, tuvimos un profesor como él. Éste se llama Fabrizio Cabrera, y es profesor de Los Andes. Fue uno de los peores profesores que tuve, por su nulo compromiso con la actividad docente. Incluso el más pusilánime de los alumnos pasaba su materia porque para él poner un 3 era un insulto. Eso sí -se lo hacía saber a todo el mundo- Fabrizio jamás ponía un 5. Solo a un par de alumnos que hacían trabajos extraordinarios. Sin embargo, una vez un estudiante hizo un trabajo tan notable que le mereció una mala nota, porque según el profesor el trabajo era tan bueno que tenía que ser plagio. Ese es el concepto que manejaba este profesor de la pedagogía: él, en su trono, iluminado, ilustrado, reparte de manera generosa y altruista su conocimiento a los alumnos torpes, mensos, pero que muy de vez en cuando hacen algo que vale la pena.

En cierta ocasión pude ver cómo una estudiante (pues todas eran seducidas por su acto) lo abordaba para preguntarle qué películas debía ver del festival de cine de Bogotá. Él, como todo un sanyasi, meditó un buen rato con el "mmm" característico, y para mi asombro, respondió. No le preguntó qué tipo de películas le gustaban, no le hizo un breve comentario de los directores, ni le dijo que ese festival es una basura y que no vienen películas buenas, sino que le dio tres títulos, y media vuelta.

A mi sustentación de tesis llegó cuando ya se había acabado. Ha debido asistir, no porque fuera interesante, sino porque era el director del departamento. También, para ser director, debía tener publicaciones en revistas decentes, pero él, seguramente por su visión inmaculada de la academia, no ha incursionado mucho en este tema (pero eso sí, es el primero en castrar las iniciativas de los estudiantes, que paradójicamente lo buscan para ser guiados).

Cuando era pequeño y me preguntaban qué iba a hacer con mi vida, decía que no tenía ni la más remota idea. Sin embargo, tenía bastante claras algunas profesiones en las que jamás incursionaría, como ser torero, astronauta o peluquero. Ahora, con un título de antropólogo, las opciones son cada vez menos diversas. Sin embargo tengo que agradecerle de corazón a este intelectual de pacotilla que piensa que la edad es una virtud el haberme aclarado el panorama después de recibir mi título, pues ahora tengo más claro que nunca que no quiero ser un tipo como Fabrizio Cabrera.

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