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Lechona cuántica

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Lo curioso no es que en Bogotá haya un mejor lugar para comer lechona que el Espinal. Lo curioso es que en Bogotá haya, al igual que de licuadoras, lavadoras y teteras, una región que se identifique con la lechona.

El fenómeno de las peluquerías contiguas, de los supermercados contiguos, de cualquier cosa contigua, siempre ha sido de interés para la ciencia. Y es que aun a pesar de que han sido estudiadas, las características que saltan a la vista van mucho más allá de los inocentes intentos de la ciencia por reconocerlas.

El vendedor de lechona hoy no sólo sabía mucho más que yo del tema que nos hacía estar hablando. También me preguntó si yo era abogado (que no, disculpe, muchas gracias), si era alguna otra cosa y tampoco, y finalmente si era antropólogo. Finalmente, una vez hubo establecido mi pecado, me empezó a preguntar si yo era Esenio. No sé, pero no creo. Y entonces, que si yo era cristiano o si leía los textos de no sé qué apóstol, y si yo consideraba mejor la técnica alguna cosa de soldado que la de un método aparentemente más antiguo. Según contó, había diseñado el horno según unos estudios que había hecho de los hornos de Mesopotamia (de la que sé, a grandes rasgos, que queda entre dos ríos que riman). Me contó historias de la física cuántica, y después me dijo que me parecía a una persona por la cual tuve miedo a preguntar, pues seguramente era alguien que yo debía conocer por sus aportes a la ciencia. Afortunadamente era algo así como el novio de su sobrina. Pero según dijo, él era más joven y tenía un tratado sobre la física compleja. Posteriormente me narró sus experiencias diseñando grúas hidráulicas para empresas japonesas y de Europa.

Más que lechona yo parecía haber pagado por una sesión de sicoanálisis. No sólo sale uno con la sensación de que es bruto, sino además con un morboso placer cínico. Son terribles las desigualdades, pero a la vez, la comodidad es probablemente el vicio más elemental. Como dijo el talentoso maricón: peor que no tener nada es tenerlo y perderlo. A veces eso de las injusticias parece una cosa casi humana que más allá de querer acabarla, parece tener toda razón de ser.

Los invito a conocer la zona de las lechonas, y en particular a entrar a comer a la avenida Caracas con 28c-45. Será una agridulce lechona condimentada con eso que hablamos todos: mierda.

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1 comment

Joe Pino said...

Vea usted que todo tiene su ciencia, que gracioso. Ojalá el señor al que le compro empanadas grasosas y papas rellenas fuera como su lechonero de cabecera. Aunque sería incómodo que me analizara mientras como carbohidratos y ají como un cerdo, pero bueno, hay gente curiosa.

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