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El Efecto Betatonio

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Hay cosas que, a pesar del mundo de falsa tolerancia y aceptación hipócrita en el que vivimos, siguen sin tener sentido. Jugar ruleta rusa, mandar a un extranjero a tomar fotos, y ahora, ir a cine a ver La Historia del Baúl Rosado. Torturas chinas hay varias, pero hay pocas voluntarias como ir a soportar un bodrio ambientado en los cuarentas.

Que la producción duró diez años y que es, como Efraín Medina, una conmovedora historia de superación, nadie lo niega. Pero que la historia sea linda es una cosa, y otra muy diferente que la película tenga algo que funcione. De entrada, si es una película que promocionan porque el proceso duró una década, ya hay algo que falla. Y lo malo de esta película, es que ese algo que no funciona es poco sutil. No es posible ponerle el dedo encima a un sólo aspecto y descalificar, porque de entrada ya tiene algo de sospechoso. Si su instinto le dice que no la vea, que pierde el tiempo, hágale caso. Para eso el hombre demoró millones de años desarrollándolo, y no conviene ir en contra de los fundamentos de las habilidades sociales más fundamentales. Alguna vez leí algo así como el manifiesto del buen fanático del cine, en el que se decía que uno debe ir a todo tipo de películas sin dejarse llevar por nombres de directores, actores y guionistas. Todo eso, claro, con el supuesto de que uno quiera ser considerado-o mejor, considerarse, porque definitivamente es uno de los términos más autoconcedidos que hay en la sociedad- un cinefilo. Si a usted no le importa que su nombre sea asociado con la prensa del séptimo arte, y si puede vivir sin pasar por las angustias de esta nueva vergüenza nacional, de verdad vale la pena. Cuesta trabajo creer que haya actores que salgan a protestar por el TLC después de participar en producciones como estas. Después de ver esto a uno no le queda más remedio que pensar que no sólo ojalá el arrierito caudillista logre firmar el tratado, sino que además ojalá maten a todos los actores.

Que no es tan mala como las de Dago García, está claro. Pero eso no la hace buena. Para empezar, si algo caracteriza el género policiaco-lo que yo he leído- es que en las primeras 5 páginas uno está completamente metido en la historia, cosa que no sucede con el baúl rosado ni a la mitad de la película. La historia no levanta. Es torpe y sonsa. No hay nada que los actores puedan hacer con el guión de Reader´s Digest, y según dijo un proyecto de cineasta argentino que se tropezó con la película por culpa mía, el lenguaje cinematográfico es una mezcla de dialectos que acaba por ser jerigonza. Yo, personalmente, pienso que sería una buena alternativa construir una identidad en la narrativa audiovisual del país a partir de recursos que plagan nuestras producciones, como la poca dicotomía en el tiempo del video con el audio: si los directores no se preocuparan porque cacen, sino que se despreocuparan y construyeran secuencias en las que no existiera esa premisa. De rescatar, tal vez el casting, porque todos los actores parecen representar naturalmente su vida diaria. O bueno, los hombres, porque las mujeres quedaron en deuda hasta la próxima película (o sea otros 10 años).

Pero no. Acá, todo el mundo insiste que las políticas nacionales matan la cultura. ¿Cuál cultura, farsantes? ¿La de hacer todo de manera mediocre porque no hay otra competencia? ¿La del chisme porque a todo el mundo le da pereza leer todo un artículo? Protestan porque van a tener, ahora sí, que empezar a trabajar para mantener el mismo nivel de vida. Lo que se viene es competencia. Si Betatonio hubiera podido protestar por la entrada de Blockbuster, seguramente lo habría hecho, pero en el fondo hay una reflexión necesaria que se obvia en todas las discusiones. El producto actual, es mediocre, y a nadie le interesa mejorarlo. Y eso es particularmente cierto para todas las expresiones culturales canónicas: revistas, t.v. (en particular lo referente a la publicidad que hace imposible seguir un programa de 20 minutos en un mar de comerciales, o una noticia seria entre secciones patrocinadas). El ejemplo de Mandrake es elocuente: las productoras estadounidenses tienen la capacidad de producir a precio de huevo series excelentes en cada uno de los países. Que por ahora no se vislumbre mucho de dónde podrían cogerse para hacer algo decente es otro problema, pero no un argumento para seguir produciendo películas que duran más en ser producidas que una de stop-motion, y que para ser divulgadas apelan al patético romanticismo de una identidad nacional trillada. No hay cine nacional. Hay películas hechas en Colombia. Unas malas, otras peores, y otras que ya pasan a lo épico. Quizá sea esa, justamente, la gracia, el lenguaje, y la identidad que nadie encuentra. ¡Qué susto! Ya empiezo a odiar tanto al antiuribismo como al mal que lo genera.

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3 comments

Chandaxi said...

No he visto la película; por lo demás, no creo que haya quien le lleve la contraria a su contrariedad, no podría seguir comentando sin sonar lambón.

Anonymous said...

es impresionante ver como alguine puede SOLO hablar tanta basura¡

Anonymous said...

El deseo de tener solo "lo mejor" viene de una deformacion de la mente producida por la publicidad y se parece mucho a esa enfermedad que los siquiatras llaman histeria . Es promovida por las industrias de los paises mas avanzados y les permite hacer creer que lo que los paises menos desarrollados producen , no puede coparle las necesidades( en su mayoria creadas artificialmente),es decir es una forma de competencia en cierta forma desleal.

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