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Sobreviviendo al TOEFL

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Experiencia surreal eso de presentar el TOEFL. Para cuando uno contesta la primera pregunta, ya se siente tan abajo en la madriguera, que poca gracia tienen las imágenes y los textos plagados de asuntos políticamente correctos. El primero de los hechos ridículos, que el portero del Gimnasio Británico (que de británico no tiene un pelo, pero seguro sonaba mejor que Gimnasio Estadounidense, Gringo, o cualquier otro gentilicio que le hiciera más justicia a su esencia) se dirigiera a mí como míster. Que sí, míster, haga esto, lo otro, míster, y míster para acá, y míster para allá, como cualquier gomelo dice gwuón, o como cualquier ñero dice piró. Y entonces, lo que a primera vista me hizo sentir un dandy de épocas de Oscar Wilde, pasó a ser un simple y llano ejemplo de acondicionamiento lingüístico.

Ya en el lugar, después de horas y horas de instrucciones tan estúpidas como la de cómo abrochar un cinturón de seguridad en un avión, me pidieron identificación. Extendí mi cédula. Que otra. Pues ahí la tiene, ni crea. Tome el pase. Que no sirve, porque tiene fecha de expiración. Pero si acá es válida, por una resolución, decreto, o sabrá Antanas por qué. Pues sí, pero acá no se aceptan. Ah, pues vea usted, que tiene más importancia lo que dicta el TOEFL que lo que dice el Ministerio Colombiano con respecto a mi licencia de conducción. Habrá que ponerlo en el blog para que el tipo que hizo el comentario contra-contra-contra-uribista, que decía alguna tontería sobre el TLC sin conocer, seguramente, los textos sobre los que se hace la negociación, y desconociendo que no es una iniciativa de este gobierno sino que se solicitó en el de Belisario Betancourt.

Ya camino a mi puesto de tortura, me topé con una última funcionaria del híbrido britanico-chiíta-estadounidense. Una colombiana, colombianísima, que hablaba con perfecto acento estadounidense neutro tanto inglés como español, me informó que adentro no podía hacer prácticamente nada diferente a contestar el examen. Esto incluye, entre otras cosas bastante ridículas, quitarse el saco. También firma uno el compromiso de no reproducir o divulgar el contenido del examen, incluso después de terminar, pues es de propiedad exclusiva de la empresa que administra el TOEFL.

En el computador, después de soportar unos tutoriales bastante estúpidos de cómo funciona un mouse, y cuanta regulación contra la discriminación pueda ser necesaria en una prueba que se administra A NIVEL MUNDIAL, sin tener en cuenta que el TOEFL es, por excelencia, una prueba de discriminación. Y no de inteligencia, precisamente, porque responder correctamente dos horas de preguntas estúpidas no puede ser una medida de asociación de ideas y conceptos. Lo que se dice, hace y comenta en el examen es una aburridísima manera de gringueidad. Nadie sabe si yo sería capaz de hablar con una persona de acento marcado, como por ejemplo, un irlandés, con base en los resultados del examen. Tampoco pueden saber asuntos más complejos, como de protocolos culturales en los que no para todas las personas puede inferirse lo mismo de una conversación.

Tengo la seguridad, eso sí, de ser no sólo responsable de mi resultado personal, sino de el de varias personas de la sala, porque en la mitad me dio un ataque de tos tercermundista y bogotana que jamás contemplaron los abogados que escribieron las condiciones del examen.

Terminé. No podía creerlo. El examen, puedo decir sin temor a equivocarme, mide la capacidad para soportar el aburrimiento. Desafortunadamente soy poco diestro en esos campos, y seguro más de una pregunta respondí mal. En esos momentos es en los que aprecia uno la educación mediocre europea, y aprecia los exámenes de verdad. Pero en el fondo sé que un inglés promedio es mucho, muchísimo más insoportable que un gringo, y odio mucho más Europa y su comunidad de lo que odio a los gringos. En Estados Unidos quiero estudiar porque es donde están no sólo las cabezas más brillantes, sino además las mejores oportunidades de financiación.

Salí, contento, con mi resultado, y le pregunté al portero cómo podía hacer para regresar a Bogotá, a lo que él decentemente respondió, que míster, sigue por ahí, y llega al ronboin. Gira a la izquierda, y llega a Bogotá. El portero pronunciaba exactamente igual que Dumpa la palabra ronboin. Dumpa es mi amigo genio y perezoso que no pone bien una tilde ni por error. Y entonces me di cuenta no sólo de que había perdido dos horas de mi vida en una actividad grotesca y sin sentido, sino además me puse como objetivo diseñar algún tipo de prueba que, como el TOEFL, refleje plenamente la colombianeidad. Espérela en un próximo post (seguro, pero fijo, en serio).

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1 comment

Oslobo said...

A m\i me tocó la versión cibernética de la citada prueba: en vez de una colombiana lingüísticamente neutra, seguí detalladas instrucciones para manejar el mouse, acompañadas de eternas sesiones de práctica para comprobar que efectivamente no tenía ningún defecto en la coordinación mano-ojo que me impidiese llevar a cabo el proceso de evaluación. En vez de un salón grande, la habitación era una pequeña pecera de ventanas del tamaño de la pared y cámaras de monitoreo (panóptico? ante la ley?)
El TOEFL es símbolo de los patéticos estándares de evaluación educativa que reinan por allá al norte. Conocimiento no funcional, pérrdida de tiempo en memorizar estructuras sintácticas que no se condicen con ninguna habilidad pragmática.
Al pedo, pero universal; porque se toma en todos lados y es más fácil que el IELTS.

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