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COMEDIA ARISTOTÉLICA

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Hubo, en los pasados días, un par de noticias que pasaron relativamente inadvertidas, pero que a mí me dan la impresión de ser cada una digno motivo de una película de Woody Allen o Alex de la Iglesia. La primera, que Faustino Asprilla quiere ser congresista. La segunda, que hicieron un túnel -y no sólo un túnel, sino uno de los más impresionantes de Colombia- entre la capital antioqueña y no sé qué pueblito colonial y turístico de estilo Villa de Leyva. Ahora resulta que no sólo no resulta malo andar borracho por la vida dando tiros sobre caballos y pateando busetas (como si fuera Clint Eastwood), sino que además es honorable. Tanto, como para merecer el título de Honorable representante, y de paso, quizá, ser un de los quince colombianos que se benefician del último milagro de la ingeniería criolla cuando vaya a celebrar el escaño con los demás colegas narcopolíticos. Pero bueno, si ya están en cargos de elección popular la Gorda Fabiola, Maria Isabel Urrutia (de los otros Urrutia), y Bruno Díaz, ¿cuál es el problema? De hecho, la sola posibilidad de votar por el Tino me hace pensar que hay una interpretación equivocada del principio mismo de la democracia. O por lo menos, que yo la he hecho. Quizá sea porque he pasado por alto hechos elocuentes en la historia universal que conozco. Y no es sólo el presidente actor que hubo en Estados Unidos. Es que si uno ve la historia con algo de sensatez, se hace evidente la sutil homología que existe entre la democracia y la comedia. ¿Cómo podría uno, por ejemplo, dejar de votar por el Tino al verlo en el tarjetón? Aquel hombre que fue portada de periódicos tanto por su excelente desempeño futbolístico, como por mostrar su miembro y por múltiples escándalos. ¿Cómo resistir al encanto de un posible enfrentamiento verbal entre Fernando Londoño y Faustino Asprilla? Debe ser por eso, de hecho, que payasos como Urible y Chavez tienen éxito. Seguro que fue a Aristóteles al que se le ocurrió la genial idea de separar eso de política y comedia, y ahora, siglos más tarde, somos los latinoamericanos los encargados de volver a unir esta romántica pareja inseparable. ¿El costo que puede tener esto? preguntarán algunos. La respuesta, ya está hecha. Obras monumentales de ingeniería en lugares aislados y remotos. Eso puede ser porque jamás dejamos nuestras raíces indígenas, y destinamos los lugares más recónditos de nuestro territorio a los íconos de nuestra sabiduría. Pero bueno, eso puede ser también porque tampoco hay comediantes competentes y debemos darle paso a las personas que mejor hacen humor en el país: uribistas, narcotraficantes, futbolistas y actores decadentes. Difícil resulta, en ocasiones, diferenciarlos.

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1 comment

Anonymous said...

El tunel del cual habla no se construyó para acercar Medellín a un pueblo colonial perdido, se construyó para acercar el occidente colombiano con el mar. Favor corregir el pequeño error

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