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Es mejor ser humano que pingüino

Siempre hay cosas que uno puede aprender de los animales. Cuando conviví con un gato, vi que podía tener una rutina relativamente similar, pero conservar mis testículos por dejar de orinar la sala para buscar hembras. Hoy, aprendí de los pingüinos, que eso de buscar pareja puede costarle a uno la vida. En el caso de los gatos, hasta lo entiendo. Si nosotros, los humanos, decidimos optar por el lenguaje para esa función, a mí no me resulta sorprendente que los gatos hayan decidido algo menos aparatoso. Escribir un blog me parece tan buena idea como orinar orgulloso frente al mundo para cortejar una mujer. No es que sea buena idea, claro está, pero como dice Seinfield, es de lo mejor que hemos logrado en el género masculino. Son las mejores ideas. Lo de los pingüinos, sin embargo, me pareció un poco escabroso. Y es que si a uno le dicen que hay seres que piensan que por andar orinando en todo lado van a conseguir mujer, uno dice, "bueno, pues no es que sea una cosa que yo intentaría, pero puedo entender que haya un bicho que lo haga". Sin embargo, cuando uno ve un pingüino muriéndose (literalmente) de frío como consecuencia anterior o posterior a una cópula, uno no puede pensar sino que hay algo equivocado con el animal. Es igual que en el caso de los insectos en los que la hembra mata y se come al macho después del acto. Son insectos, claro, pero aún así es inevitable pensar que alguna lógica debe haber detrás de un organismo elemental. Si a uno una mujer le va a quitar la cabeza y lo va a devorar mientras copula, uno no deja de pensarlo dos veces. Así uno tenga la promesa, como en las Mantis, que al quitarle a uno la cabeza se reprimen unos neurotransmisores o algo por el estilo que regulan la función del sexo y que hacen que uno sea mucho más eficiente.

La de los pingüinos es una historia trágica, no hay que dudarlo. Que se parezca o no a la vida de los humanos es un problema diferente. A mí me pareció una sutil combinación de Oliver Twist con Lambada, el baile prohibido. Algo así como el Lars Von Trier de los pingüinos. Es, podría decirse, un género nuevo: tragedia sexual, o mejor, tragedia por el sexo. Apenas natural que sean franceses los creadores de la cinta. Si hay que verla o no, no puede decirse. Yo no puedo saber cómo habría sido mi vida sin verla. En todo caso, me alegró verla. Lo único cierto es, como entenderán quienes hayan visto la película, poder desempolvar esta joya del espíritu supercontra para conmemorar la esencia de los Emperadores. Le dedico esta belleza a los realizadores y amantes del documental, mientras yo decido si me gustó o no dedicarle la hora y veinte minutos que dura.

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