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Etologia del jardin infantil: dia 1

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Y empezó la temporada del jardín infantil. Lo que pensé iba a ser un pasatiempo fascinante, resultó ser una incómoda sensación de empatía con los niños que sufren el patetismo del jardín. Si alguien quiere saber por qué hay asesinos en serie, la respuesta la encuentran en el primer piso de mi edificio. Unos pocos -muy pocos- niños, intentando disfrutar lo que pretende ser un área de juego: columpios oxidados, un rodadero desteñido por el sol, un masacote de arena compacta, y algunos carritos para empujar por todos lados. Triste, realmente. Afortunadamente los niños, como niños que son, tienen la capacidad de disfrutar cualquier cosa. Los que hacen piruetas en los semáforos, los que cuidan carros, los que tienen mamás insoportables que los hacen tocar violín frente a sus amigas, y los que estarían mejor en casa que en el jardín infantil al que los inscriben sus padres. O por lo menos eso parecía decir la niña que me vio, en piyama, y me saludó con una sonrisa. Claro, para ella todo era color de rosa: acababa de maltratar una de sus compañeritas. La profesora, con la agilidad que caracteriza la vida de los profesores de jardín decadente, la llevaba lejos de su víctima para que la pobre se calmara. Entre tanto, y siguiendo mi razonamiento del juego para los niños, empecé a pensar que para los cachorros de cualquier especie la vida es un juego. No es una característica noble de los humanos el poder disfrutar ante las condiciones más adversas. Los perros juegan a morder los otros perros para entrenarse en lo que será la lucha para ser machos alfa. Los bonobos se acicalan y hacen todo tipo de porquerías con su sexo. Entre los famosos estudios que se hicieron con chimpancés y espejos para determinar consciencia de ser, por ejemplo, hay una anécdota en la que un individuo entiende que el espejo le puede resultar útil para la noble tarea que intenta cumplir sin éxito hace varios minutos: introducirse un tronco por el culo. No es que resulte útil la historia para entender algo, pero me acordé del cuento y no pude dejar de comentarlo. En todo caso, seguro que hay individuos para los que ser doctos en el uso del espejo les resulta útil, no sólo entre los chimpancés, sino también en otras especies. Los ejemplos relevantes, en todo caso, son infinitos. Los cabritos se pegan en la cabeza porque saben que así conseguirán favores sexuales de las hembras. Los micos, miquean. Los pavos reales supongo que alguna gracia harán con su cola cuando pequeños mientras aprenden a manejarla. Los hipopotamitos se entrenan en defecar de la manera más intimidante posible. Y todo esto, para llegar a una profunda reflexión: ¿Para qué diablos le sirve a los niños aprender a usar columpios? ¿Cortar, pegar? ¿Empujar un puto carrito por un caminito, o intentar jugar con una arenera que más parece piso de maloka? Que alguien me diga para qué diablos le ha servido lo que aprendió en sus primeros años escolares para su vida adulta. ¿Compartir? ¿Respetar? Yo creo que a mí me ha ido mal en la vida gracias a ese tipo de enseñanzas. Con las mujeres, ni hablar. No hay nada en los juegos que me pusieron de chiquito que me enseñara a conseguir los favores sexuales de las mujeres. Vestirme de supermán, montar triciclo, nada de eso parece funcionar ahora. Lo que pienso, mientras veo el recreo de los niños, es que el jardín debía ser una gran piscina, con whisky, en la que todos estuvieran desnudos. Todos se tocaran con todos, y que hubiera un montón de látigos y disfraces diferentes, no de superhéroe, sino de enfermeras, de policías, y demás fetiches. Así, todos podríamos explorar a fondo nuestra personalidad, nadie tendría dificultades para relacionarse, y la vida sería hermosa. Lo único que encuentro útil, años más tarde, es que casi siempre son mujeres las que contratan como profesoras, y así se entrena uno, sin darse cuenta, en las artes de lidiar con mujeres con la regla. Yo, desafortunadamente, sólo tuve profesoras con menopausia, ahora que lo pienso.

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2 comments

Rockfield said...

Los árboles no dejan ver el bosque. Por ejemplo: si nuestros antepasados hubieran dejado jugar a las niñas con los carritos... de grandes fueran tan fanáticas como nosotros y supieran manejar. Si no lo hacen bien es porque no les apasiona, y lo toman como un mal necesario (salvo unas cuantas excepciones).

Anonymous said...

Este es MI favorito!
Véa, le propongo lo siguiente. Usted abre el jardín infantil ese del que habla y en 20 años yo le apuesto a que la iglesia le va a agradecer por la inflada promoción de seminaristas y monjas, o místicos que se educaron en su kinder!
Wilhelm Reich propuso lo mismo, por ponerse de peleón con papa Freud que entendía quizás mejor el factor humano.
No me diga que todo este escribisionismo no le ha servido para hacer un levante ;o)
Ah!, si yo gano me pone en la tumba un letrerito que diga que tenía razón, solo eso.

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