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Crónicas Marcianas: Las Vegas

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Dice mi madre que el lugar donde yo más feliz he sido en mi vida es la Hacienda Nápoles. Los vagos recuerdos que yo tengo de andar en carro entre fieras africanas, los asocié por mucho tiempo con los parques de diversiones de Florida.

Con Las Vegas sucede algo similar: seguramente existe un lugar en el mundo en el que uno puede llegar a ser muy feliz, y seguramente se parece mucho a esta ciudad. Lo más probable, sin embargo, es que dicho lugar se encuentre más cerca del Pacífico colombiano que de la costa oeste estadounidense.

No es que la ciudad del pecado sea aburrida, ni mucho menos. Es sólo que difiere radicalmente de la imagen que le venden a uno las películas. Mujeres hermosas, probablemente haya, pero en otro nivel adquisitivo del que yo frecuento. Igual sucede con las mesas de apuestas: lejos de estar llenas de seductoras mujeres y elegantes personajes de James Bond, pululan el tipo de gringos que jamás superaron la adolescencia, mujeres a las que hace rato les pasó su cuarto de hora, y sobre todo, hombres pensionados. Más que C.S.I., la ciudad parece conmemorar películas como Cocoon.

Tampoco es cierto que nunca duerma la ciudad. O por lo menos sus siestas se echa. De hecho, siempre parece estar en plan de hamaca, porque no hay mucha actividad humana en las calles. Los casinos, por supuesto, intentan ser micromundos donde todo se consigue, para que uno no tenga que salir. Contrario a cualquier otra ciudad turística, no hay agradables terrazas al aire libre: todas están al interior de los casinos, en ambientes controlados, y donde se simula hasta el firmamento. Entiende uno por qué las tomas al aire libre en los shows y las películas se limitan a los asesinatos en los parqueaderos.

Y, entonces, ¿dónde está lo divertido? Si a uno no le causa gracia ver copias de cartón de los puentes de Venecia (con caminadores eléctricos y todo), esfinges, pirámides, castillos, la torre Eiffel, los edificios emblemáticos de la gran manzana, y cualquier otra construcción que pueda ser tema de un golfito, siempre están las atracciones: Billy Joel, Sting, Elton John, Maria Carey, David Copperfield, Jay Leno, Penn & Teller, Seinfield, y un muy largo etcétera. También parece haber un equivalente erótico de cualquier show con fama internacional, dentro de los que se destaca Zumanity, versión picante del Circo del Sol, y una de las tres permanentes que hay en Las Vegas, y un Bluman Show que parece tener blue bikinis.

Si eso no es suficiente, siempre están los paseos por el Gran Cañón en avión y helicóptero, y los bellos atardeceres que supone el desierto de Nevada. Afortunadamente la gente ya es un poco más consciente, y los champiñones blancos de las pruebas nucleares han dejado de ser un atractivo turístico. Si mal no recuerdo, estas tierras también fueron escenario de las primeras tomas de Wild in America, uno de los proyectos naturalistas que deberíamos copiar los países altamente endémicos.

Siempre está, además, el argumento contundente a favor de las Vegas: comparte con la Muralla China el privilegio de ser una de las dos construcciones humanas que se pueden ver desde la luna (según me cuentan, porque allá si no he estado).

PD: sólo he visto un Elvis.

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2 comments

KAMYLO said...

mmm y yo que ya tengo reservaciones pa Las Vegas pa julio!!!... gracias por el post, ya se con que me encontrare!!

Anonymous said...

desde otro punto de vista:

http://sonidocontexto.blogspot.com

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