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Inventos desafortunados

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De las disciplinas humanas, probablemente la más infame es la historia, pues nos hace creer a todos que ocasionalmente llegan personas que cambian el curso de la humanidad, y que definen nuestro destino. Sin embargo, el reconocimiento que otorgamos a eventos puntuales en la historia es infinitamente menor al que deberíamos, y realmente deberíamos tener una larga colección de grandes nombres que merecen ser objeto de culto. Este es el homenaje a dos inventos que he aprendido a apreciar con el paso del tiempo.

En primer lugar, el papel higiénico. Una de esas costumbres que uno da por sentado, pero que al viajar por Asia aprecia enormemente. Y es que después de volverse diestro uno en las artes de usar un suave derivado de la idea del papiro, se da uno cuenta que hay culturas en las que el asunto ha sido bastante diferente. En términos de técnica, por supuesto, porque también ellos duran toda una vida perfeccionando los movimientos.

En Indonesia, la palabra con la que designan el concepto de "darse una ducha", es mandi. Y se bañan a todas horas (por lo menos en Sumatra), y como predomina el Islam, se bañan vestidos. Algunos, en ocasiones, prefieren la intimidad, y toman su mandi en el baño (otra curiosa adaptación de la idea de higiene personal muy diferente a la desarrollada en Occidente): una fuente de agua sobre una alberca. En la alberca, un recipiente de plástico con una manija larga. Al lado, una simulación de sanitario en cerámica, incrustada en el piso de manera que uno tenga que agacharse como un chimpancé para hacer sus necesidades. Si las personas tienen problemas en la rodilla y han sido operadas (como yo), parece importarles poco. Y para rematar, se supone que debía uno tener dominada la maniobra de echar un discreto chorro de agua para remover los residuos obstinados.

Todo esto para decir que cada una de las veces que tuve que limpiarme el culo en Indonesia tuve que desnudarme, y al salir los locales me preguntaban si me estaba dando un mandi. Yo no sé si haya un extraño fenómeno, y los musulmanes caguen algo diferente, o si es que no tengan pelos en el culo.

Al contarle la historia a mi madre, que es médica, se impresionó (aunque eso no es muy difícil). Me dijo que le parecía sucio, que eran malas condiciones. Yo le respondí lo que había encontrado en las incómodas pesquisas que había hecho sobre el tema: para ellos, los sucios somos nosotros que utilizamos el papel higiénico, y mi madre estuvo de acuerdo en que sus costumbres eran más anticépticas. Sin embargo, yo no puedo hacer nada diferente de agradecer por nuestras costumbres bárbaras, escribir esta oda al papel higiénico, y celebrar eso que era un chiste en la adolescencia: cagar sentado.

El otro invento eran los tubos de crema dental de plástico en reemplazo de los metalizados, pero queda para otro día.

A manera de reflexión final, puede que eso de la democracia o la revolución francesa cambien menos los hábitos diarios que inventos fortuitos como el papel higiénico, por lo que no vale la pena desgastarse en debates absurdos sobre el rumbo que le dará un individuo a la historia, sino más bien apreciar las maravillas que nos depara el desarrollo del conocimiento humano.

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2 comments

Anonymous said...

Estoy con vos ... no hay nada como el papel higiénico ... y claro ... el alcantarillado con su gran fuente ... la tasa del sanitario ...

Unknown said...

jajaja, estoy intrigado con la crema dental

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