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Empanadas para la posteridad

Las empanadas resultan ser algo similar a la Pony Malta: todo el mundo se ufana de conocer el lugar donde preparan las mejores. Incluso un noruego, que jamás haya probado y que tenga la desgracia de morir sin probar tan exquisito bocado, elegiría una empanadería por encima de cualquier otra.

Con la Pony Malta, sucede algo similar, sin embargo, se limita a un sí o un no. Podría uno aventurarse a decir que se trata de algo genético: que hay quienes poseen una enzima que permite procesar no se qué componente, mientras que quienes padecen el desorden conocido como ponyfobia, son incapaces de encontrar placer al degustar dicho potaje por carecer de fino paladar.

Las empanadas, sin embargo, suponen una explicación evolutiva diferente, pues no se trata sencillamente de aprobar o condenar. Se trata, nada menos, que de un elemento mediante el cual constituyo mi propia identidad. Un lugar en el mundo con el que me identifico plenamente, y un sabor que me parece capta la idea de "empanada" mejor que cualquier otro con el que me pueda topar. En términos evolutivos, y es la descripción más elocuente que he dado sobre mi tema de estudio, el fenómeno no podría ser descrito desde la biología molecular. No existe nada en mi código genético de lo que se pueda dilucidar el tipo de empanadas que me gustan a mí, de la misma manera en que nadie podrá saber al analizarme molecularmente si sé sumar o no. Evolución cultural.

Antes de seguir con mi razonamiento, inevitable recomendar el lugar que de tantos líos me salva cuando tengo mal de amores, falta de materia prima, o sencillamente mucha pereza como para cocinar: Cafetería Daniel, Cll 59 No. 4a-11 (en la esquina donde se encuentran el parque de Minimal y la calle que está en la entrada de InVitro). Es necesario ir después del medio día, para que la producción de Empanada de Carne de res (sobrebarriga) desmechada y papa ya sea una realidad. Si dicen que van de parte mía, el vecino de gafitas, no tendrán descuento, pero seguro una buena conversación.

Toda esta antesala, naturalmente, para renegar. Tuve la oportunidad de pasar el 1 de Mayo, día de protestas contra algún régimen maligno que pretende acabar todo lo que somos, en la pequeña población de Cachipay. Cuando uno de los habitantes me ofreció Coca-Cola, le respondí que no se podía tomar, y me miró como si yo supiera de algún veto de los paramilitares o algo así. La cerveza, menos mal la compré el día anterior, para no verme en serios debates sobre lo que implica un boicot contra las multinacionales.

Todo esto, de la mano del libro Por Amor a Imabelle, de Chester Himes, uno de los críticos más certeros de la realidad estadounidense. Y en todo esto, uno de los senadores que más apoya el boicot le exige a los inmigrantes que dejen de hablar mal de USA y que asuman plenamente su identidad como miembros de ese gran país.

Resulta entonces que para celebrar la latinoamericaneidad debo abstenerme de consumir ese producto que va en combo con mi empanada (y que si le preguntan a cualquier llanero es lo mejor que hay para desayunar), y que ser gringo implica no poder protestar contra ése país. El famoso United we stand, que desde el 2001 nos es tan familiar.

Los gringos, claramente no pueden hacer un boicot contra las empanadas o la Pony Malta. Sin embargo, al asumir el sabotaje contra cualquier producto gringo, asumimos el mismo United we Stand que ese porcentaje de la población que tanto despreciamos, y dentro del cual claramente no está Chester Himes.

Pensar que sabotear una cadena de producción que tiene más presencia que el mismo Estado en nuestro país, ayuda a nuestros hermanos (buena parte ladrones, narcotraficantes y delincuentes) en el exterior, no tiene precio. Para todo lo demás existe Mastercard.

Decidí permanecer un día más en Cachipay para evadir el trancón de llegada, y me topé con el paro de transportadores, que en mi opinión tienen toda la razón. Ese sí no lo pude evitar.

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