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Homenaje

La letra escarlata, blog del América en El Tiempo, es una de mis
lecturas de rutina. Sin embargo, como en el diario de mayor
circulación no han aprendido a utilizar los feeds (y bueno, tampoco
es que haya tanto por leer) ni la versión online, no es posible hacer
un link en Supercontra. Copio acá un texto que me habría gustado
escribir a mí. Grande también Palomo.

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Hace ocho años, dos goles de Zinedine Zidane en la final le daban el
primer título orbital a Francia. El triunfo de una selección
multiétnica que, por primera vez, logró congregar a toda la nación,
fue interpretado enseguida por los franceses como la metáfora de una
sociedad integrada, justa, plural; una falacia que los
acontecimientos se encargarían de poner al descubierto. El fútbol
francés, si bien saca provecho de los talentos de extranjeros y
descendentes de inmigrantes, especialmente de antiguas colonias, se
desarrolla en medio de atmósferas con frecuencia xenofóbicas y
racistas. Los cantos de mico y las cáscaras de banano para los
jugadores del equipo rival que no cumplan con ser ‘blancos’ hacen
parte del ambiente, como en otras ligas europeas.

La selección, igual que la realidad nacional, también terminó
decepcionando. Su desempeño en Corea y Japón, donde ni siquiera
ganó un partido, causó tanta consternación como el hecho de que
regresara a casa sin convertir goles. La Eurocopa de Portugal de 2004
traería una nueva desilusión. Los campeones del mundo cayeron en
cuartos de final, por la mínima, ante la selección griega. Raymond
Domenech (54 años) asumió las riendas de la absoluta después de
este último traspiés, y para entonces el equipo era una auténtica
papa caliente.

Más avalado por su trayectoria como formador de la generación dorada
francesa (Zidane, Henry, Viera, Anelka, Trezeguet), cuando estuvo
encargado de la categoría sub21, que por los títulos que había
conseguido a ese nivel (apenas un par de Esperanzas de Toulon),
Domenech se caracterizaba por su apego a la disciplina y, junto con
muchos colegas en ambos lados del océano, por la terquedad.

Se le iba complicando la clasificación al Mundial hasta el regreso, a
falta de tres partidos cruciales, de Zinedine Zidane, Claude
Makelelele y Lilian Thuram, quienes habían anunciado su retiro de la
selección. Con Zizou y amigos de nuevo en la formación, más un par
de resultados favorables de terceros, Francia terminó liderando
apretadamente el grupo 4 clasificatorio, que de partida se antojaba
accesible. Suiza, Irlanda, Israel, Chipre e Islas Feroe no son
ningunas fieras.

Francia encara este Mundial con la aspiración de ratificar las
razones que la llevaron a conquistar los máximos honores, y la
motivación adicional de que será la despedida del fútbol
profesional del mejor jugador francés desde Michel Platini. Zinedine
Zidane (33 años) le dirá adiós al juego en los estadios de
Alemania, liderando a unos envejecidos Bleus en una arremetida final
en pos de la gloria.


Cinco temporadas en la Juventus y cinco más en el Real Madrid
sirvieron de plataforma para que este descendiente de argelinos
alcanzara una pléyade de títulos individuales y colectivos al más
alto nivel. Campeón del mundo (1998) y de Europa (2000) con su
selección, campeón de liga italiana y española, Balón de Oro
(1998), y ganador de la Liga de Campeones con el Madrid (2002). Suma
más de 500 partidos de liga desde que debutó en el Cannes francés
en mayo de 1989, 108 encuentros en competiciones europeas (82 por la
Champions), y llega a las 99 apariciones con la absoluta de su país.
28 goles de azul lo acreditan como el sexto máximo anotador de la
historia de la selección.

Florentino Pérez cumplió su sueño de verlo de blanco en el verano
de 2001, para lo que desembolsó la bobadita de 75 millones de euros.
Zidane respondió con clase y toneladas de fútbol. En el equipo de
Turín había repasado el catálogo completo de sus habilidades, pero
la liga española era más adecuada para el fútbol vistoso y
estético que practicaba el maestro. El diez fue acusado
reiteradamente de lentitud, aunque demostró una vez tras otra que su
inteligencia y su técnica le ahorraban más tiempo que a nadie.
Zidane es capaz de encadenar una recepción con un autopase, con una
finta, con una jugada de gol, hacer con un toque lo que la inmensa
mayoría de jugadores hacen con dos o tres. De inmediato, las
exhibiciones del francés embrujaron a la afición madridista. La
volea de zurda con la que venció al arquero del Bayern Leverkusen en
la final de la Liga de Campeones de 2002, junto con sus dos goles en
la final de la Copa Mundo de 1998, forman parte de sus momentos
cumbre en las canchas.

Enzo Francescoli deslumbraba en el Olympique mientras el pequeño
Zizou encaraba los años definitivos de su formación juvenil en las
barriadas de Marsella. El Príncipe se convirtió en el ídolo del
crack en ciernes, hincha furibundo del club marsellés. La zurda del
uruguayo lo marcó para toda la vida. En su homenaje, Zidane le puso
Enzo a su primer hijo.

Un hombre tímido y sencillo, que siempre evitó el contacto con las
cámaras, Zizou será recordado como el mejor de su generación, el
creador de juego más exquisito de los últimos años, y el hijo
ilustre (junto con varios raperos de pro) de los barrios duros de
Marsella, infestados de inmigrantes.

El anuncio de su retirada provocó conmoción en el mundo del fútbol,
poco acostumbrado a que los grandes den un paso al costado antes de
que la cruda verdad los devore. Zizou es el favorito de Alfredo di
Stéfano, presidente honorario del Real Madrid, y Juan Román
Riquelme, entre muchos otros, y sin duda preferirían que siguiera
muchos años más. Vicente del Bosque, ex entrenador merengue,
sostiene que, de no ser por el nivel de su club, el francés habría
prolongado su carrera hasta 2007. Sin embargo, el domingo anterior,
enfrentando al Villarreal, Zizou se despidió de la afición del
Santiago Bernabeu con un gol exquisito y la humildad de siempre.
Esperó pacientemente en la banda hasta que Riquelme saliera, y le
entregó una camiseta que el argentino sabrá apreciar.

Una de las preguntas que Alemania zanjará es si el diez de la
selección francesa conserva en su cuerpo el fútbol que le permita
alcanzar de nuevo la cima del torneo. Varias pausas frente al
televisor para saborear los últimos minutos del Monje Blanco. Entre
él y Thierry Henry (28 años) reúnen suficiente talento como para
destruir cualquier sistema.


El delantero del Arsenal también nació en un barrio complicado, Les
Ulis, uno de los tantos suburbios que rodean a París. La versión
francesa de los guetos gringos, estos suburbios están compuestos por
centenares de complejos habitacionales de concreto, habitados
mayoritariamente por minorías étnicas. Los padres de Tití
desembarcaron allí en 1970, provenientes de Guadalupe, una isla en el
Caribe que hace parte del territorio ultramarino francés. El obsesivo
delantero aprendió el abecé del juego pateando pelotas contra los
muros de los edificios, siempre bajo la exigente tutela de su padre,
Antoine. “A nadie le debo nada. Sólo a él”, ha declarado Henry.
Sus primeros entrenadores recuerdan con nitidez la intransigencia del
padre, la determinación absoluta de convertir a su hijo en un crack.
Tal vez haya sido demasiado rígido, pero nadie se lo está cobrando
ahora.

Tití comenzó su carrera profesional en el AC Mónaco, por el que
fichó en 1994, con apenas 17 años. El entrenador del club del
principado era, por ese entonces, Arsene Wenger. La velocidad con el
balón en los pies, la capacidad para definir, la tremenda habilidad
del delantero, dejaron pocas dudas de que se trataba de un fenómeno.
Cuatro temporadas después, la Juventus se lo llevaba a Turín. Fue el
año del Mundial de Francia, y Henry hizo parte del equipo que
consiguió el título (tres goles en tres partidos, suplente en la
final), aunque con su club jugó apenas 12 partidos en la temporada.
El Arsenal se lo llevó en 1999 (17 millones de euros) por petición
expresa de su técnico, Arsene Wenger, en un momento en que el joven
despertaba dudas por su rendimiento en el Calcio.

Desde entonces, Henry ha marcado más de 200 goles, rompiendo la marca
de 185 anotaciones de Ian Wright y convirtiéndose en el mayor
goleador histórico de los Gunners. Una cifra apabullante que sin
embargo no basta para ilustrar la formidable calidad del francés. Se
trata del artillero con mayores recursos del planeta, y tiene un
toque final de lujo. Tití ha perfeccionado su pegada a tal punto que
los cobros a balón detenido se han sumado a sus habilidades naturales.

Barcelona y Madrid lo están cortejando, y Henry duda si finalizar su
carrera en el Arsenal, que estrenará estadio a partir de la próxima
temporada, o pasar sus mejores años en un club contendor de la Copa
Europea. La Orejona es una de las obsesiones del galo, y sus goles
han sido determinantes para que Arsenal alcance su primera final en
el torneo continental. Quizás el resultado del partido frente al
Barcelona, programado para el 17 de mayo, le permita decidirse de una
buena vez.

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