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II

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Hacía muchos años, cuando su mujer leyó un libro de García Márquez, él tuvo que cambiar sus hábitos de baño y empezar a orinar sentado. No era un asunto que le preocupara, pero definitivamente prefería mantenerlo en secreto. No le gustaba el escritor, ni la gente de la costa: le parecía que sus hábitos laborales no eran dignos de un ser humano, y jamás había respetado las personas que tuvieran entre sus prioridades el sentido del humor. Él se sentía orgulloso de ser una persona seria y trabajadora, y cada vez más sentía que la gracia y la risa causaban solamente la pérdida deliberada de tiempo. Jamás, por ejemplo, una persona alegre habría entendido que su hábito de orinar sentado obedecía a esfuerzos claros para mantener una relación estable con su esposa. Su personalidad poco dada a la risa le había valido entre sus amigos el sobrenombre de hombre de hierro, que no le molestaba en absoluto. De hecho, se sentía halagado cada vez que lo llamaban de esa manera.

-Alvaro, te llaman al teléfono.
-Caramba,-pensó- que inoportuno, pero es necesario que atienda. Si me han llamado es porque no puede esperar.

Mientras afanaba sus necesidades, recordó la historia de su abuelo con la que había regido buena parte de su vida, si no toda: las moras más grandes y buenas son las más escondidas porque son matorrales llenos de espinas. En la finca de su abuelo no había moras, y él tuvo que esperar varios años antes de ver el primer matorral silvestre, pero siempre había tenido la imagen de su abuelo como una persona sabia, y dado que no lo pudo tomar como ejemplo de vida porque murió cuando él era muy joven, recordaba siempre la historia de la fruta. Con el tiempo, la historia fue tomando el papel de abuelo sabio y la aplicaba para cualquier situación que afrontara. Era, sin lugar a dudas, el lema de su vida.

-Presidente, ¿cómo amanece?
-Bien, Fernando, muchas gracias. ¿Qué pasa?
-Presidente, supe que algunos senadores se han estado reuniendo con la oposición, y me parece extremadamente grave. Yo, personalmente, creo que traman un complot. A mí me parece que deberíamos hacer una demanda pública, con los medios y en el congreso.
-Fernando, hay que tener calma, y trabajar más duro. Tendremos que reunirnos ahora nosotros con esos senadores y explicarles de qué se trata el proyecto, y por qué es lo mejor para el país. Corregirlos. Nos tocará trabajar más duro, pero entre más trabaje uno más grande será la satisfacción de la victoria.
-Cuente conmigo, Presidente. Para lo que quiera.
-Yo sé, Fernando. Yo sé. Si puede, averígüeme quiénes son los senadores con los que se ha estado reuniendo la oposición para citarlos al palacio.
-Presidente, pero, ¿a qué horas va a atenderlos? Su agenda esta repleta.
-Pues tocará en la madrugada, no hay más remedio.
-Claro, presidente, le tendré esa lista cuanto antes.
-Gracias Fernando. Muchas gracias por su compromiso.
-Presidente, si no como ministro, siempre le colaboraré. Además, no soporto ver cómo se teje un complot contra una persona íntegra y trabajadora como usted. Esos tipos son claramente comunistas.
-Bueno, Fernando, tengo que hacer mi rutina reglamentaria de yoga antes de empezar el día. Hasta luego y muchas gracias.
-Adiós señor Presidente. Que Dios me lo guarde.
-Vaya con Dios.

La situación era preocupante. El país parecía no entender lo que más le convenía. Eso de la democracia podía ser, realmente, un inconveniente, especialmente en países donde la corrupción reina y no prima la buena voluntad y el trabajo. El matorral estaba, claramente, más enredado que de costumbre.

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1 comment

E. C. Pedro said...

Hola,

Pues nada, pasaba por aquí y encontré su blog. A ver que pasa.

D.F.

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