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Episodios estanfordinos fortuitos y una reflexión inútil al respecto

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Uno de los primeros recuerdos que tengo de Estados Unidos es, en una cabina telefónica y junto a mi padre, contándole a mi madre que eran las 8 de la noche y aún era de día. El verano, claro, pero cuando uno es nativo del trópico, el asunto lo sorprende.

Mucho tiempo después, como buen profesional de ciencias sociales, tuve la oportunidad (y necesidad, naturalmente) de aplicar a un trabajo como profesor de colegio, justamente con niños de la edad que yo tenía cuando me sorprendió el sol de las 8 de la noche. Tuve que dar una clase piloto para que las directivas pudieran ver cómo me desempeñaba. Me dijeron que para esas edades generalmente contrataban mujeres mayores, que tuvieran experiencia con niños tan jóvenes. Yo, decidido, contesté que me encantaban los niños, y que tenía como mil ahijados (lo cual es cierto, pero también un pésimo argumento).

Sobra decir, por supuesto, que la clase fue un total desastre. El ejemplo que sugería el libro para introducir el tema (contar de diez en diez, de cien en cien), era hacer una lista para una fiesta.

- Y, ¿para quién es la fiesta?- preguntó uno de mis alumnos.
- Para cualquiera, no importa- respondí yo con propiedad.
- ¡Para mí!- gritó rápidamente el más despierto y avispado. Lo siguieron otros mil que también reclamaron para ellos la fiesta, y hasta ahí llegó el ejemplo.

Ver el mundial en ése Estados Unidos que me sorprendió a los pocos años, me ha permitido ver cómo los narradores de fútbol son una especie odiada en cualquier país del mundo. Tanto los de Univisión, como los de ESPN no hacen más que decir barrabasadas, chistes tontos, y sobre todo, ajustar alguna forma de sabiduría popular para el análisis. Los nuestros, si atacan mucho y no hacen goles, "el que no los hace los ve hacer". Si atacan mucho y finalmente consiguen un tanto, "tanto va el cántaro a la fuente". Los narradores deportivos son como una casta inferior que todo el mundo desprecia, porque son una encarnación de la inutilidad que representa la sabiduría popular. Tal como dice Habermas sobre Nietzsche, sirven para argumentar cualquier cosa.

En los pasados dos días me enteré que se casan, por lo menos, dos exnovias. De las otras ya no puedo estar seguro. Tomás dice que seguro es una señal del destino, y que debo ir donde algún especialista esotérico para saber el significado que puede tener tal coincidencia. Celebro la noticia con un Single Malt 12 años de Yamazaki, la destilería más vieja de Japón, y una de las más reconocidas en el mundo, y que quería probar desde que Laura me regaló un catálogo de whiskys en el que me enteré que había grandes destilerías en Japón y la India, además de Norteamérica y el Reino Unido.

Mientras tanto, en un lugar de Colombia, de cuyo nombre no quiero acordarme, un campesino decidió empezar a criar osos de anteojos para vender su carne. Uno de los mismos campesinos que los mataba para que no se comieran sus animales y que los tenía en peligro de extinción, y uno de los mismos osos que no han podido reproducir en cautiverio ni siquiera en la fundación C.R.E.S., en el Zoológico de San Diego. En la corporación regional han intentado explicarle al emprendedor visionario que eso es casi como si alguien decidiera criar chimpancés para vender su carne en África, pero dado que el hombre nunca ha ido allá, no entiende el ejemplo.

Con el tiempo, yo crecí y me distancié considerablemente de mi padre. Tuve una relación dolorosa con él durante mi adolescencia. Justo antes de graduarme, me vio interesado en la primatología, y finalmente nos reconciliamos. Sin abrazos, discursos conmovedores, o trompetas, como dicta el cine. Sólo dejamos de pelear un buen día. A hablar, y a discutir las diferencias, acaloradamente, claro, pero con comunicación. Otro buen día, se murió, y cambió mi vida.

Y entonces, llega el momento del análisis (al igual que los partidos, los textos debían tener dos narradores: el de acontecimientos, y el analítico): En primer lugar, cualquier proceso de formación, es en últimas una manera de coartar la libertad de sorpresa que naturalmente tienen los niños. Educar es, en cierto modo, enseñar a formular preguntas adecuadas, que nos conducen a saberes generales y relativamente inútiles como los proverbios y los comentaristas deportivos, pero también sobre la manera como debe vivirse la vida y como se debe relacionar uno con la gente. Que no importa de quién sea la fiesta de un ejemplo, que no se pueden criar osos de anteojos para consumir su carne, que las maltas buenas son de Escocia, y que existe una interpretación sabia de cualquier partido de fútbol.

Ahora yo tengo la edad que tenía mi padre aquel día de la cabina telefónica, tal vez él era menor entonces. No tengo manera para expresar lo inútil que me siento para hacer familia y criar un hijo, y la admiración profunda que siento por el titánico esfuerzo que hicieron ese par de ingenuas criaturas que me dieron vida. Por culparse de los errores que yo cometiera, y por pensar que alguien diferente a mí podría ser responsable de mi vida.

Mis frases de la semana:

Que algo sea inútil define justamente su funcionalidad en la sociedad.

Probablemente no haya ningún tipo de conocimiento diferente a la experiencia para afrontar la vida, pero no nos queda más remedio que morir en el intento de buscarlo.

A mi padre le debo el gusto por el whisky. A las mujeres, las ganas de tomarlo.

¡Que vengan novias y matrimonios de exnovias! Ya encontraré yo a mi desafortunada.

He dicho.

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2 comments

La Rojas said...

Que bueno que la este pasando bien en California...
Abrazos desde la costa este para usted y para Tomas..

Unknown said...

sí importa de quién es la fiesta, compañero. de hecho, la lección más importante que me han dado en un salón de clase la recibí en propedéutica: que una pregunta no sea útil no significa que no sea importante. de hecho muchas veces es al contrario.

pd. anda bastante reflexivo sumercé por estos días... qué susto tener ya la edad que tenía el papá de uno en un recuerdo.

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