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I halve landed

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Stephen J. Gould tituló su último libro I have landed (Acabo de llegar), para conmemorar tanto un número cerrado de centenares de columnas en la revista Nature (300 si no estoy mal) como el aniversario de la llegada de sus antepasados al continente americano. Hace una comparación entre la situación de sus ancestros con la propia, a manera de hilo conductor, que resulta útil para entender el retorno de cualquier viajero nacional a nuestro amado territorio.

Es algo triste que la bienvenida se extienda mucho más allá de las fronteras. Mucho antes de abordar el avión, una fila en caos o un avión en retraso se encargan de recordarle a uno el destino de su viaje. Si se viaja por tierra o mar, la situación generalmente es equivalente al país de procedencia, de manera que uno sólo siente que es una realidad igual en la que hablan con acento diferente y les gusta un equipo diferente en el mundial de fútbol.

Lo curioso, sin embargo, no es el caos (que también reclaman como propio nacionalidades mediterráneas, africanas y asiáticas) sino la inmediata reacción que eso provoca en los pasajeros. La verdadera bienvenida se da cuando el grupo entero de absolutos desconocidos empieza a renegar de manera solidaria con argumentos de clase. Con gallardía y acento sofisticado empieza rápidamente la diatriba de viajeros internacionales que viajan en clase económica pero que se sienten ajenos del pueblo al que se dirigen. En cuestión de segundos y sin reparo alguno, el nacionalismo de las pulseras y Shakira pasa a la ignominia, y el único objetivo de cualquier comentario es una distinción bourdiana de la indiamenta que compone el esperpento que expide el pasaporte. Y lo más curioso, es que todos actúan sorprendidos, como si no fueran parte de lo mismo, o se les hubiera olvidado en su estadía por el extranjero.

La metáfora con los inmigrantes de otros tiempos es precisa: sean reos españoles que llegaron por error de cálculo, libaneses que huyeron de su patria para evitar la violencia, o hijos de cualquier otra tierra. Todos condenamos a taxistas y porteros con argumentos de clase cuando no nos dan gusto en lo que hacemos. Todos disfrutamos la mofa que se hace en Soho de trabajos que consideramos indignos, y por supuesto, a los mafiosos por su poco sentido estético. Al igual que los españoles que consideraron que los indígenas no eran humanos porque no tenían alma pero vivían de ellos, la bienvenida que nos dan las filas y el desorden de los aeropuertos no es al folclor nacional, sino a esa sociedad que nos permite vivir de los dineros del narcotráfico pero guardar la dignidad de distinguirnos estéticamente. Contar con un presidente que, a pesar de ollas podridas destapándose cada semana, parece trabajador y por eso se le perdona cualquier cosa.Que en un juicio estén Popeye y Santofimio en cada bando, y el testimonio esclarecedor de un tercero (que además compromete al cerdo de López Michelsen) no se tenga en cuenta por cuestiones técnicas. Que se celebre la entrega de los paramilitares como se celebró la de Pablo Escobar en La Catedral y se les concedan penas menos que simbólicas, mientras que a los soldados de la guaca los condenen a 10 años por una cosa que también yo habría hecho en su situación. Y que además, hagan una película y se vuelva arte, realismo mágico.

Tal vez aquella frase que ha sido malinterpretada en tantos ámbitos de aquel viajero alemán del que Gould habla en un interesante capítulo sobre la cordillera de los Andes sea más cierta de lo que imaginamos. Será Atenas por ciudad en ruinas, o porque no separamos la moral de la estética. Tal vez nos guste pensar eso para lavarnos las manos. Lo paradójico es que en medio de todo, tanto a traquetos como a clase media mundial con delirio de burgueses van a esperarlos a El Dorado, y por mucho asco que den las noticias, siempre es un placer volver a Colombia.

He aterrizado, como tantas otras personas a las que un viaje las cambiaun poco: a medias. Tal vez sea el efecto que mi odiado Gabo describe de viajar en avión, pues llega el cuerpo tan rápido que el alma tarda un par de días en alcanzarlo. Siento una voz que me dice (para bien y para mal), pueblo eres y en pueblo te convertirás. Tal vez hacer patria sea demasiado pretencioso y debamos dedicarnos a hacer pueblo, que para eso parecemos estar bien encarrilados.

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2 comments

Anonymous said...

Pulga,

gracias por su mensaje. Revise la frase que habla sobre "la indiamenta ...que compone el pasaporte". Deberia sonar como una afirmacion de los viajeros a que se refiere y no suya.

Muy bien.

Alejandro Sarasti

Anonymous said...

Muy estimado supercontra,

Su texto me recuerda otro ejemplo de chipchombismo (que mucho quiero y del que me siento orgulloso aunque no sea capaz de definir lo que realmente es): Los segundos posteriores al contacto del tren de aterrizaje con la pista, en que los pasajeros, aliviados, emocionados y ansiosos, explotan en un sonoro aplauso obasionando al piloto por su pericia.

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