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Wild on: Night out Bogotá

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A pesar de que no necesariamente un grupo de personas reunidas constituyen una muestra adecuada para generalizar sobre la situación de la ciudad, no es sino hablar de atracos en un gazapo para que surja una de las características más distintivas de nuestra capital. Tres anécdotas que narran, con ese cremoso tono de ironía que nos hace pensar que tal vez sí haya un Dios después de todo, el encanto de sobrevivir en Bogotá.

Un hombre, casi tan cobarde como yo, se moviliza en transporte público. De repente ve que, en otra silla del carruaje, un hombre le saca el celular de la cartera a una mujer que no sólo ronca como sino que además se parece físicamente a Homero Simpson. Hizo lo que todo hombre sin deseos de ser héroe haría en la misma situación: gritar. Jamás imaginó que el simple anuncio de un ladrón provocaría un alto súbito del automotor, mucho menos que el chofer cerraría las puertas para atraparlo, y definitivamente ni se le cruzó por la cabeza que tendría que presenciar una de las tundas más memorables que vería en su vida. La señora, estupefacta, no pudo hacer cosa diferente a dar las gracias una vez el chofer había botado por la puerta trasera al fallido intento de canalla.

Dos personajes bien vestidos departen con aire de Wallstreet mientras caminan por el Parque del Virrey. Se cruzan un grupo de niños que, según dicta la razón, debían estar dormidos o jugando al fútbol, pero que en cambio los intentan atracar. La pelea hace evidente dos cosas: 1. que las peleas de El señor de los anillos no son, después de todo, tan fantásticas, pues un grupo de hombrecitos diminutos sí puede derrotar a los más grandes, y 2. que la policía no puede hacer nada diferente a detenerlos, mojarlos con una manguera y tenerlos a la intemperie la noche entera para ver si se aburren de viajar desde Las Cruces, lugar del cual indican los informes de inteligencia, pertenecen las pequeñas criaturas.

Un hombre toma más de lo debido, mucho más, en Andrés carne de res. Los demás clientes de la pista, que no tienen por qué soportar a una persona con malos tragos, protestan hasta que la seguridad del lugar retira a tan emblemático personaje del parador turístico colombiano. El borracho pesado es sacado por una puerta de emergencia y dejado a su libre albedrío, después de haber logrado su meta de gastarse mucho dinero en el lugar que ahora le agradece con ostracismo su noble gesto. Hipotermia, burundanga y atropellados, afortunadamente no hacen parte de la historia, pero no gracias a un sentido de compromiso de Andrés (quién estaba muy ocupado, probablemente, pensando en las estupideces que diría trabado al día siguiente en su programa de radio) con eso que es el objeto de su sitio -el borracho-, sino más bien porque Dionisios lleva a sus adeptos como gatos por una colección de copas de cristal.

Lo curioso de todas las historias es que, independiente de variables como estrato, oficio y ser actor publico o privado, se maneja la misma noción de justicia: la diferencia entre Andrés y el chofer del bus es que uno paga por no ensuciarse las manos. Y estos dos son igual de estúpidos a la policía, donde se piensa que afrontar el problema como un adolescente es la mejor opción. Seguramente todos se llevarán una gran sorpresa cuando un borracho, un atracador, o un niñito pandillero resulte armado y la historia sea diferente. Y probablemente, como los gringos, todo acabe en un escándalo y en un disclaimer, y se le eche la culpa al cuchillo y no a la realidad social que lo hace necesario.

Curiosa noción de justicia la que manejamos en el diario vivir los colombianos. Absurdo sorprendernos por la realidad que nos azota en un periodo que cada vez se parece menos al de Rafael Reyes (con quien quisieron comparar al mandatario), para ser casi un deja vu de la época en la que vecindario que se respetara en el país tenía un mafioso que repartía justicia de manera no muy ciega pero efectiva, como el don Corleone. Tal vez esto mantuvo alejado al turismo masivo del tiempo compartido. Curioso, por ejemplo, que a pesar de haber aumentado los cultivos, hayan bajado los peligros para extranjeros. Una Colombia plagada de cultivos es destino destacado para quienes viajan con Lonely Planet, y el gobierno de USA ya no advierte tantos riesgos para visitarnos. ¿Será que de alguna manera quieren decirle a sus habitantes (o a los nuestros), que a mayor cantidad de cultivos, más se parece Colombia a una sociedad justa?

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4 comments

Anonymous said...

Sus dos últimos posts han estado muy buenos. Ese es definitivamente el espíritu Supercontra que le permite a uno digerir tanto empute y tanta frustración. Ya nos veremos, ojalá en diciembre cuando vaya por allá. ¡Y con tanto tema por ahí suelto!

Anonymous said...

¿Este hp de Andrés tiene un programa en radio?

Supercontra said...

¿Los últimos dos, Dadis? Caramba, ¡qué exigente! Procuraré mantener el ritmo.

Me topé por accidente con el programa de Andrés, el sábado en 94.9 FM a eso de las 7:30. Vale la pena oírlo para odiarlo más por las tonterías que dice (dirán sus defensores si alguien se atreve a sostener que no se traba antes de empezar el programa), pero también hay que reconocer que la música que pone es entretenida. Aclaro que no se parece a la del restaurante.

Anonymous said...

Noooo, dije lo de los últimos dos sólo porque los acababa de leer. Usted sabe que yo soy una fan fiel de supercontra.

Voy a ver si puedo oír el programa de Andrés por internet. ¡Debe ser demasiado material!

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