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Mis pelotas, Sancho, señal que tengo fiebre

Dos datos científicos de interés fundamental para cualquier curioso desocupado: el primero, según narra un blog español, que el género de la película altera el nivel de testosterona de los televidentes. Si se ve una película de acción, naturalmente se despierta el pequeño Rambo (David Carradine, Buster Keaton, Lara Croft, o cualquier emblema de virilidad se haya forjado en la infancia) que todos llevamos dentro. Las películas románticas, naturalmente, nos hacen actuar de acuerdo con los parámetros de vida familiar que tengamos. La humanidad claramente está perdida, especialmente si las opciones de la actualidad son Snakes on a plane y Titanic.

El segundo, un comentario suelto que hizo un profesor para quien trabajé, según el cual, un amigo suyo de la WHO consideraba que los accidentes de tránsito deben ser entendidos como una epidemia y ha dedicado buena parte de su vida académica a tratar el fenómeno de tal manera para convencer al mundo de la gravedad del asunto. Y lo irónico es que los datos parecen sustentar su teoría.

Cuenta Paloma que cuando inventaron el automóvil, en Nueva York celebraron el invento porque era totalmente amigable con el ambiente. Por supuesto, si se compara la nube de humo que emana cualquier vehículo de transporte público con lo que defecarían el equivalente número de caballos de fuerza, resulta fácil entender la alegría de la Gran Manzana.

El punto es el siguiente: en Colombia muere más gente por accidentes de tránsito que por la guerra. Las enfermedades pulmonares, que todo el mundo le atribuye equivocadamente al clima, y que llegan por tandas, están bastante relacionadas con nuestro sobrecargado sistema de transporte y su polución derivada. Los noticieros parecen limitarse a reportar a diario los graves accidentes que hay en calles y carreteras del país, pero en ningún momento se cuestiona la responsabilidad de los transportadores (gremio superado en porte solamente por los finos ejemplares que dirigen el futuro del balompié colombiano).

Hoy, la nariz que tenemos por ministro del medio ambiente le respondía al presidente en el coctel televisado que las principales preocupaciones ambientales de la capital son, el río, que en paz descanse, y proveer carburantes de mejor calidad. El número de carros que utilizan dichos carburantes, o la cantidad de gente que matan a diario, parecen ser una cuestión secundaria. La intervención de expertos tampoco parece ser muy relevante en las francachelas presidenciales. Y no es que me esté quejando, menos mal no me invitan y hay un presidente que trabaja tanto. Sólo que sería bueno, digo yo, que en medio de tanta reunión para solucionar asuntos, se invitara de vez en cuando una persona que conozca el tema para que no se improvisen barbaridades.

Entre tanto, lo realmente preocupante: ¿cuál será el efecto sobre las hormonas de los colombianos de ver por televisión a Uribe discutiendo con campesinos durante 8 años?

Para culminar, un didáctico video sobre las Naciones Unidas a propósito de la guachafita de los últimos días.

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