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Sobre la extrema convivencia

Una de las influencias más nefastas de la polarización política durante nuestra era es aquella que anunciaba el slogan de la campaña ciudadana para apoyar la invasión a Iraq: united we stand. O, en otras palabras, que el pueblo opine pero igual que sus mandatarios. En una película cubana reciente, uno de los personajes decía con sarcasmo que no podían ensayar con su banda musical "porque acá si se reúnen más de tres ya lo llaman conspiración." Recientemente Tony Judt, profesor de NYU, ha sido perseguido por su gente (los judíos), por sus duras críticas a Israel y el pueblo elegido.

Sin embargo, una de las características fundamentales de pertenencia es, a mi juicio, la crítica. Renegar de la familia, el país, y la universidad denota únicamente un apego extremo, y en últimas refleja el tiempo que se le dedica a pensar y representar eso que se critica. Por eso, sin más preámbulos, me permito dedicar un post a despotricar de esa mano que me ha dado de comer en el pasado, y que tanto he disfrutado en cada edición: Rock al Parque.

Para empezar, la presente edición es una de las pocas a las que no he asistido desde que empezó, tiempo atrás, en la primera alcaldía de Antanas y cuando realmente era un estandarte de la preocupación política por los jóvenes. Después Peñalosa quiso acabarlo, pero gracias a una oportuna movilización masiva este fue uno de los espacios que no logró sepultar con asfalto para beneficiar a sus allegados.

Durante la última administración, el Polo ha traicionado sus orígenes para aliarse con nada menos que Coca-Cola y Julio Correal (tal vez incluso más aberrante que Julito) para realizar lo que fue entendido por los asistentes más fieles (y por la comunidad rockera bogotana), como Pop al Parque. Desde entonces, el festival se ha convertido en un particular espacio, reconocido como patrimonio de la ciudad (no sólo por los asistentes, sino por las finanzas capitalinas, pues compromete un alto porcentaje del presupuesto del IDCT), y se ha procurado "mantener el nivel que se logró con la celebración de los 10 años." Mientras tanto, los grupos musicales protestan, pues cada vez son más escasos los bares que pagan por música en vivo (la gente, en general, prefiere esperar al gran evento a pagar ocasionalmente por presentaciones), y mientras el festival coge más vuelo los grupos locales y los asistentes se sienten más ajenos.

Los tres días de extrema convivencia empiezan, para cualquier asistente, con un atropello a la dignidad humana, en las barreras de requisas, donde la policía le exige a empujones y de mala gana a los asistentes que se retiren los zapatos y las medias, y caminen unos 50 metros sobre un piso asqueroso, con el fin de encontrar marihuana y armas ocultas. Lo curioso del caso, es que en el trabajo realizado hace un año, las directivas de la policía parecían tener bastante claro que el alcohol, las armas y las drogas que había en el evento no entraban por la puerta, y para cualquier persona que haya asistido queda bastante claro que las medidas para controlar el ingreso de drogas son bastante menos que obsoletas.

Ya en el evento, encuentra uno que la programación por días responde a géneros musicales, pues si coincidieran en la misma fecha cualquiera de las finas estirpes que asisten al llamado, las peleas de la Universidad Nacional parecerían una amable reunión de jardín infantil frente a las peleas que se darían.

El reconocimiento internacional del festival es innegable. Sin embargo, valdría la pena recordarle a la administración actual que dicho reconocimiento no se logró en tres ediciones, sino por la constante participación y el constante apoyo de los asistentes. En las últimas versiones, la presencia de grupos taquilleros que cierren el festival ha poblado sustancialmente el cierre (particularmente de los estratos que antes no asistían), pero también ha hecho que el comportamiento con los grupos nacionales sea despectivo y se les quiera bajar rápido para que empiecen los famosos (como el caso de Estados Alterados).

Atropellos contra los asistentes dignos de programas antiterroristas estadounidenses, la muerte de la escena rockera bogotana, la división por géneros a manera de zoológico, y un pésimo apoyo para los grupos nacionales con buenos horarios de programación. ¿Dónde están la extrema convivencia, las políticas para jóvenes, y el estímulo al talento nacional? ¿Qué papel cumple ese gran concierto que estamos pagando con nuestros impuestos los bogotanos?

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