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Por un debate sin altura

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Sobre Kent Hovind se puede decir casi cualquier cosa, salvo que pasa desapercibido. El controvertido personaje cuenta con un largo historial de agravios, gracias al cual se ha hecho odiar por los grupos más diversos.



Para empezar, tiene un parque temático en Pensacola, epicentro de su lucha contra el evolucionismo, y cuartel general para difundir su autodenominada "Teoría Hovnid". Las comisiones que han evaluado su trabajo han encontrado que engaña intencionalmente a los visitantes de su morada, y que su teoría se fundamenta en interpretaciones bastante ligeras del conocimiento científico. A pesar de que se le ha informado en varias ocasiones que los huesos de Lucy fueron encontrados en el mismo lugar, en sus conferencias sigue argumentando que "a ése chimpancé lo debió atropellar un tren para que sus restos quedaran a más de una milla de distancia".

Stephen J. Gould y Richard Dawkins, naturalmente, se han rehusado a debatir públicamente con él. Pero entre sus enemistades gracias a su particular lectura de la vida en el planeta también se encuentran sectores clásicos del antievolucionismo, como los Young Earth Creationists, escuela de pensamiento que le vio nacer.

En terrenos menos esotéricos, Hovind fue denunciado ante el IRS por uno de sus sus propios seguidores. Actualmente reside donde dicte la justicia estadounidense, y tras las rejas alimenta un blog con el que me topé buscando lo que no se me había perdido.

Años atrás, en la antigua Grecia, un acalorado debate entre dos corrientes de pensamiento inspiradas por el mismo maestro tenía lugar. Uno de los máximos exponentes de una de las corrientes llegó a la inevitable conclusión de que los humanos son pájaros sin plumas. Al día siguiente, su opositor aparecía en la plaza con una gallina desplumada, diciendo que ahí tenía el mundo el Hombre de Platón.

El incidente puede ser cierto o no, al igual que el supuesto encuentro entre Diógenes y Alejandro Magno, pero ilustra una situación con la que me siento identificado: hace unos días publiqué una carta abierta por haber sido víctima de la deslealtad, en la cual me dejé llevar por el odio en una (considero yo) bien escrita secuencia de insultos y reclamos. Las reacciones que desató la misiva ilustran dos importantes aspectos que quiero resaltar de la condición humana:

1. Buenos amigos y allegados me hicieron saber rápidamente que me había sobrepasado con la carta. Sin embargo, nadie dejó de leerla en la mitad (o si lo hicieron, no fue porque el texto fuera indigno, sino aburrido).

2. Llovieron consejos (que a la vez yo he dado) sobre la superioridad moral de quien soporta con estoicismo las desventuras de la vida.

Finalmente, una pelea que he querido dar por bastante tiempo a manera de conclusión, sobre la "altura" en los debates. La altura gramática de quienes aplican las normas que dicta una academia en España para descalificar discursos. La altura con la cual se se persiguen comentaristas anónimos en los foros y blogs, y contra los cuales han escrito las célebres plumas narcointelectuales que han incursionado en los medios interactivos. Y la misma altura con la cual se descalifica a Andrés López, por pertenecer a la misma corriente de pensamiento que Tom Cruise.

Claro, también yo estoy de acuerdo en lo molesto que puede ser un comentario anónimo que busque solamente hacer el daño, una palabra mal escrita, o escuchar una entrevista a la pelota de letras.

Actualmente, en el departamento académico donde solía ser responsable de una cátedra, se libra un acalorado debate entre profesores que los alumnos han interpretado como perjudicial porque empieza a afectarlos. Claro, hay mejores maneras de discutir, pero el primer paso debe ser la identificación de los argumentos, y no la descalificación plena por "la altura" que presente un discurso.

Con los debates sin altura podemos al pícaro, llamarlo por su nombre para que nadie más caiga en la trampa. Con seguridad, tendríamos mejores columnistas en los pocos medios impresos que leemos, y no habría que apelar a tradiciones religiosas (en donde, sinceramente, quedamos mal parados incluso frente a la cienciología) para decir que Andrés López es un imbécil. En resumen, ese importante gesto de pertenencia y ciudadanía, de expresión del individuo y de la cual por tanto tiempo lo políticamente correcto nos ha privado, y que es motivo de esta página: la protesta.

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2 comments

Supercontra said...

http://news.bbc.co.uk/2/hi/americas/6216788.stm

Supercontra said...

http://news.bbc.co.uk/2/hi/americas/6216788.stm

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