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Viaje al centro del Pluriverso

2 A+ A-
No hace falta leer los diarios nacionales para sentirse parte de la
mafia: es suficiente con visitar Unilago, reconocido centro comercial
de piratería y tecnología que podría fácilmente estar entre los más
grandes de Latinoamérica. Si se visita, además, en busca de un alma
caritativa que pueda dar razón alguna sobre la manera de poner a
funcionar un pedazo de tecnología obsoleta como el Minidisc, la
experiencia se torna sublime.

Después de rebotar por horas entre locales que preguntaban si era una
cámara de fotos, me indicaron que saliera del centro comercial y
visitara uno de nombre similar media cuadra al Norte, pasando los
vendedores de juegos que parecen jíbaros. En la calle me aborda una
mujer, cosa que no deja de ser amable halago, y me pregunta lo que
necesito. Le muestro, y me pide que la siga al tercer piso. Pregunta
si necesito piezas de computador mientras muestra el camino por una
escalera bastante transitada. Llegamos al local. El aroma del
incienso, los campos magnéticos y la silicona sale de cada aparta-
negocio. Las mujeres que se ven por las puertas, como no las había
cuando estudiaba ingeniería de sistemas: voluptuosas, exhibiendo sin
reparo las bondades.

Interrumpo la conversación telefónica del dueño del negocio. Un joven
con estilo de cabello muy definido y fornido. Su camisa de manga
corta y entreabierta deja ver una generosa porción de metal que le
cuelga alrededor del cuello. Me pregunta lo que necesito y no puedo
contener la risa cuando pregunta si es una cámara. Tiene voz ronca.
En el 106, dice a manera de diculpa, hay un tipo que trabaja cámaras
y puede cacharriarle porque tiene la herramienta. Me lleva otra
mujer, también guapa. Tal parece que uno debe ser llevado de un lugar
a otro por alguien con uniforme (como en las películas del África).

Tres lugares más, y empiezo a perder toda esperanza. Finalmente un
paisa con media ceja blanca sale de su espacio lleno de circuitos
para indicar el negocio de Melquisedec. La última vez que conocí un
portador del místico nombre fue cuando Tomás le pidió indicaciones a
un campesino en Monguí para encontrar la Laguna Negra, nos perdimos
en el tiempo, y vivimos un día más que el resto de la humanidad.
Entro con temor y pregunto al único habitante de la sencilla locación
si responde al nombre bíblico. Asiente sin mirar. Cuento el caso, y
al mirar de reojo dice que él no trabaja en Minidisc. Le digo que
probablemente es algo del cierre, que debe ser asunto sencillo. Me
alcanza un destornillador e indica que lo abra, pero que él no se
responsabiliza. Hago caso, y luego él se va en un viaje al interior
del aparato. Entran un par de clientes y él les da instrucciones para
llenar el ingreso del equipo que llevan. La tienda me recuerda mis
días como ingeniero, y lo mucho que me incomodaban los computadores.

-A usted le llegan los problemas de todo el mundo.
-Es lo que me gusta- responde.
-Curioso,- pienso- pero él dirá lo mismo de mi gusto por las mujeres.

Un hombre diligencia con detalle el recibo de ingreso de una máquina.
Melquisedec protesta, dice que ahí no se le quita nada a nadie, y que
si no confían pueden llevárselo. Llega un camión de policía y se baja
un uniformado. Imagino los titulares del Espacio al día siguiente:
Cae un árabe en redada contra la piratería en Bogotá. El cliente de
la tienda, a quien Melquisedec regaña por el tipo de cable que
utiliza tal modelo de Toshiba, me ve mirando por la ventana y comenta
que un viejo casi pierde la nariz contra un bolardo. Sale el
uniformado con un viejo a quien llevan con un pañuelo en la cara. El
taxista protesta, y el policía se monta con ellos en el taxi. Miro al
cliente, asombrado por lo enterado que estaba de la situación:

- Si le pasa a uno que es joven...- dice con tono de funcionario
público- pues obvio que los viejos se les olvida que eso existe y se
tropiezan.

Melquizedec mira, y sonríe. La avenida 15 en su ventana supera
cualquier televisión de plasma. Se va el cliente y él sigue
trabajando en los componentes del Minidisc un buen rato. Finalmente
me lo entrega y dice que lo arme. Para mi sorpresa, lo logro. Le
pregunto cuánto le debo y me dice que nada.

- Déjeme pagarle algo...
- Pero si no le hice nada.

Miro, y el aparato cierra, lo cual era a mi juicio el problema. Llego
a la casa, pruebo, y no funciona.

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2 comments

Oslobo said...

Resista pulga!
Más obsoleto que un minidisc roto son dos minidisc medio rotos con una preciada coleccion de música de 80 disquitos. Hay que aceptarlo, ya somos una anacronía. A no llorar sobre la leche derramada (como diría mi abuela) y sigamos rippeando a i-tunes.

dumpa said...

Loco tengo un walkman de sobra, me encantaria regalarselo.

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