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Crónicas marcianas: road trip por Liguria y revelaciones sobre la naturaleza femenina catalana

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Nunca pude, finalmente, despedirme de la catalana por estar en pelea familiar la ultima noche (por el restaurante para comer por ultima vez en Florencia). Mi hermana se burla de la capacidad que tengo de enamorarme en cinco minutos. El día de partida parecía perfilarse como uno de los muchos que uno padece cuando viaja en familia: desespero absoluto entre personas que lo conocen totalmente a uno. Macabro.
Después llegamos al alquiler de carros. El auto que habíamos solicitado no estaba disponible, así que nos ofrecían dos opciones diferentes: por un lado, un auto cómodo, familiar, y económico para el paseo. Por el otro, un BMW último modelo, que bien podría ser el de Batman, perfecto por donde se le mire, salvo porque mi madre ha tenido que llevar en sus piernas una maleta todo el tiempo. Qué fuerza. Qué control. Cuánta estabilidad y potencia. Y qué bueno haber tomado el seguro, porque ya lo raspé contra un muro.

Las recomendaciones de Andrea Pozzi han sido una maravilla. Italia cuenta con eso que pensamos los colombianos que tenemos por atracción turística, pero bonito. Lucca, ciudad amurallada tipo Cartagena, donde pude ver sobre una tapia lo que supongo será el equivalente a la casa de nuestro Nobel en la Heroica. Escenarios de Mario Puzo con letreros que anuncian vigilancia armada. Los pobres, en esta ciudad, escarban la basura para leer el diario. Hay tramos peatonales, la gente departe mientras pasea en bicicleta con helado, y el transporte público es eléctrico. Todo, naturalmente, es putamente caro. Pero hermoso, hay que concederlo. Un paraje apropiado, como Barichara o Cartagena, para matrimonios.
Cinqueterre, una cadena de pueblos que parecen puestos sobre acantilados por un decorador de interiores, bien puede ser el perfecto complemento para que las parejas casadas en Lucca gocen la luna de miel. De hecho, es un retrato bastante frecuente: parejitas felices en paseos románticos de un mirador a otro. Los muy cretinos.

Afortunadamente, para mí existe la catalana. Hermosa, interesante, y sobre todo, desconocida. Aparte de aquellas pocas palabras en las que hablaba mal de mi patria, no se dijo más (así que parece que somos completamente compatibles). Tiene unos ojos hermosos, que se cierran como los de Clint Eastwood (aunque no es que me guste Eastwood, es solo que es preferible eso a compararla con Pilar CastaNo o Lina Botero) y le producen unas largas arrugas que alargan la sonrisa. Un cuerpo hermoso, piel canela, y un gusto exquisito para vestir. Especialmente los zapatos, vaya si es importante el tipo de zapatos que usa una chica.
En medio de todo, una epifanía:
- Pedos.
- Ay, no te vas a echar un pedo...- protesta mi hermana.
- No, yo no. Mi catalana.
- ¿Qué?
- Ventosidades, mi Dulcinea es flatulenta. Eso le molestaría a un hombre colombiano de una mujer, pero él lo haría con toda tranquilidad.
- Pues, tú sí, pero no todo el mundo...

El problema, como en Colombia, es que todo el mundo intenta decir cuál es el problema. Asumiendo que haya sido el inconveniente de nuestro paisano con tan dulce mujer, puede que la interpretación esté completamente equivocada. El problema no es el machismo, sino un sofisticado sentido del olfato.
Pero mis pedos huelen a demonios, y tengo la nariz(ademas de enorme) algo atrofiada, asi que somos el uno para el otro. Tal vez algun dia intente seducirla con ese argumento.

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1 comment

Sebastián Dávila said...

Suerte de olores y conquista.

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