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Crónicas marcianas: Cafe Gratitude

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Si el subcontinente indio es como Disneylandia para los viajeros espirituales, California viene siendo como un San Andresito, donde se encuentra de todo, un poco pirata pero mejor empacado. Un claro ejemplo es una nueva cadena de restaurantes para gente empecinada en mostrarle a la humanidad que eso del fuego, por lo que vive un inmortal encadenado, fue un giro equivocado en la historia.

Cafe Gratitude, como su nombre lo indica, es mucho más que café. De hecho, ni café sirven, porque es cocinado. Tampoco infusiones, queso, o cualquier otro producto que suene medianamente suculento. La gratitud, según parece, está dada por la capacidad de apreciar un menú bastante austero. Sin embargo, hay que reconocerlo, son bastante creativos y logran disfrazar espinacas (crudas, por supuesto) y lechugas para que uno no se sienta totalmente estafado cuando llega la cuenta, donde sí debe mostrar uno su inmensa gratitud.

La filosofía del lugar (porque eso de restaurar estómagos ya parece estar pasado de moda) es ser más consciente de la comida, apreciar el alimento, y cuanta burrada nueva era pueda verbalizarse en forma de comida. Y claro, he de aclarar que yo no soy totalmente escéptico, pero resulta un poco difícil no burlarse de un menú donde los platos llevan por nombre "Soy grandioso", "Soy especial", y "Soy apasionado". Casi como leer en voz alta un libro de Fernando Vallejo. Sin embargo, no hay un plato llamado "Estoy cornudo por la mesera esbelta, medio hippie y retatuada".

Antes de ir me advirtieron sobre la actitud de las meseras: descomplicadas señoritas que no ven problema en interrumpir sus labores para departir con los comensales, y en arrebatos de irreverencia incluso encontrar camino hasta los platos que acaban de servir. Pues, sería mi voz lasciva cuando intentaba decir en el tono afirmativo que predican, "Soy grandioso", pero ninguna señorita (seguro, además, todas hiperflexibles por el yoga) osó romper los cánones occidentales del servicio al cliente para compartir mi plato. Ni me ofrecieron un masaje tibetano, ni una pruebita de sexo tántrico (aún después de informarles que el desespero de mi rostro era producto del estéril mundo afectivo de Stanford).

Pasado un rato de comer pasto, se da uno cuenta que las mesas vecinas están ocupadas por las meseras mismas, quienes degustan con alegría y entusiasmo los platos del restaurante. Cosa que, a simple vista, es un buen indicador de la calidad de un lugar que sirve comida, pero que a partir de un momento invita a una reflexión importante: si los shots de clorofila y demás bondades del menú tienen por virtud regular el sistema digestivo, y si además estos primores comen como vacas, está claro que no van a producir muestras fecales de princesas sino que van a cagar a chorros como todo buen rumiante, pues por más selecto que sea su alimento todo tiene que ir a dar a alguna parte (créanme, yo estuve en India).

Y es acá donde uno llega a una encrucijada: ¿es preferible un mesero saludable y contento, que frecuente el retrete entre plato y plato? ¡No señor! Sana costumbre la colombiana de comer chigüiro, y de prevenir el contacto con las feces por medio de la alimentación. Mis meseros los prefiero con estreñimiento.

Segunda consideración de vital importancia para este híbrido de Trainspotting con la familia Flanders: ¿debe un ser humano limitar sus experiencias a las cosas bellas de la vida? ¿Por qué no hay, por ejemplo, platos que lleven por nombre "Pena amorosa", "Perdió el América", o "Puto Jefe"? Sería interesante, todo un experimento de las ciencias sociales contemporáneas, documentar un diálogo entre los mandatarios nacionales de Colombia y uno de estos seres llenos de alegría, que como Mokus, piensan salvar al mundo a punta de zanahorias. Recuerdo de mis días en Indonesia que los terrenos vecinos (antes relativamente públicos por estar en manos de locales) eran altamente valorados por tener tramos inmejorables para bañarse en el río, hasta que un grupo de europeos frutarianos (que comen sólo aquello que cae naturalmente del árbol) compró el lugar y lo cercó.

Pensaría uno, además, que los cruderianos (como llamaremos en Supercontra de ahora en adelante a todo rumiante humano que pretenda desconocer el valor del fuego) son la rama extrema de la comida saludable. Sin embargo, se sorprende uno al ver que, al igual que con la política, el extremo irracional resulta mucho más central y sensato de lo que uno imagina: están además, los ya nombrados frutarianos, pero ha tomado mucho auge una nueva doctrina que no pretende arremedar con cuerpos humanos a los asnos u otros mamíferos, sino que además cuestionan la necesidad de ingerir comida y dicen que todos los nutrientes los puede extraer uno del aire, respirando. Los "breatharians" (que llamaremos respirianos) son personas difíciles de conocer, naturalmente, porque no pasan mucho tiempo vivos después de convertirse. Pero los menciono sólo para que el éxito de Cafe Gratitude en California pueda ser puesto en perspectiva, en su calidad casi de comida chatarra y de cadenas de consumo.

Sin embargo, y entre tanto, es necesario reconocer que mientras dura la experiencia es reconfortante. Si se complementa con uno que otro combo de McDonald´s, puede no ser perjudicial para la salud frecuentar estos lugares de vez en cuando. Pero, sobre todo, al igual que con Alexis el de InVitro, se puede burlar uno todo lo que sea, pero no es sino ver a las meseras para darse cuenta que el problema realmente es que no sea uno objeto de su afecto.

La presente reseña recomienda el lugar para cualquier persona que tenga que comunicarle a un subalterno que está despedido, a la pareja que le ha sido infiel, o a los padres un cambio de sexo. Así, a los pocos minutos, tendrá la víctima una guapa alternayupi con un intento de hamburguesa de pasticos gritando a los cuatro vientos con el entusiasmo de un recreador infantil, "Estaaaas: reeeenacieeeendoooooo...."

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1 comment

Anonymous said...

Pulguita que hace metido en esos restaurantes? confiese....
jajaja
un abrazo
juanca

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