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Las enseñanzas de Tomás

En general, el diálogo entre diferentes disciplinas de las ciencias sociales es bastante escaso. Sin embargo, escaso es un eufemismo para la interacción entre la economía y el resto de las humanidades, ya que en su afán de formalismo (y en su terquedad frente a la inconmensurabilidad) la hermana disciplina llega a cuantificar las petacas de cerveza por las que un ser cambiaría a la mamá.

Y claro, no es que en el resto de los estudios del Hombre (y la mujer) no haya supuestos absurdos, sino que así resulta fácil la parodia de la economía. Y es justamente en ese paradigma de Musil que han salido a flote las excentricidades cada vez más coloridas de uno de los personajes más recurrentes en este blog: Tomás.

En su camino al Nobel, en el marco de la exploración de los equilibrios en juegos de umbrales con componentes estratégicos, Tomás ha enunciado espontáneamente y en contextos diferentes que desearía ser elefante, japonés, gay, árabe, perro, y mormón (entre otros). Quienes padecieron en el pasado su fijación por Rock the Casbah, canción que puso a repetir y que no dejó quitar en toda una noche, se podrán imaginar que más transigente resulta Gollum frente a la idea de perder el anillo del poder que Tomás en el momento de pensar en música para el auto diferente a Hora Local.

Sin embargo, de todas las historias jamás contadas, la más colorida tuvo lugar así:

- Man, ¿vamos a comer? Acabo de salir de clase y tengo un hambre....-pregunto yo.
- Mmmm.....nope.
- ¿Por? ¿Ya comió?
- Mmmm....nope.
- Entonces, ¿va a comer con alguien?
- Mmmm....nope, tampoco.
- ¿Va a ir a Jack in The Box a pedir desayuno después de las 11 a.m. y a decir que el cliente siempre tiene la razón?
- Jaja, no...
- No, no...es que hoy es mi Día de no comer...

Y después de una serie de preguntas para esclarecer la naturaleza del Día de no comer para Tomás, supe que en su paradigma algebraico del mundo decidió entrar en dieta y comer, como lo oyen, la mitad de su porción normal. Y como le resultaba molesto reducir las porciones o relegar grupos alimenticios, tuvo a bien decidir que comía un día sí, un día no (preocupante que personas como él determinan la Canasta familiar).

Por estos días lo veo poco, pues decidió implementar un horario de portero para subir su productividad: como no lograba trabajar en el departamento, ahora se levanta a las 4 a.m. todos los días para acumular 8 horas de trabajo al medio día, y ahí sí, ir a la oficina y distraerse con la interacción social. Debo confesar, eso sí, que al ver la racha de productividad del horario inventado por su mentalidad hiperanalítica, he tomado nota para aplicarla en el momento que necesite progresar en mi investigación académica. Sucede, sin embargo, que soy antropólogo, y probablemente no necesite tal cosa en un futuro cercano.

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