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Chillan, señal que envejecemos: Escenas de la vida bogotana

El profesor de historia de la Universidad de Harvard, Louis Menand, además de sus labores académicas es frecuente colaborador de la revista The Newyorker y ganó el premio Pulitzer en el año 2002 por The Metaphysical Club [El Club de la Metafísica], donde habla de la importancia del pragmatismo en el pensamiento estadounidense. Según el colega Juan Pablo Vera es la bomba que se desarrollará más tarde con forma de movimientos sociales. De fundamental interés para mí sus apreciaciones sobre la importancia del pensamiento evolutivo difundido por Louis Agassiz, y la construcción mágica de palabras en la primera página ya que no llegué mucho más lejos (y de particular interés para la realidad nacional colombiana):

It is a remarkable fact about the United States that it fought a civil war without undergoing a change in its form of government. The Constitution was not abandoned during the American Civil War; elections were not suspended; there was no coup d´état. The war was fought to preserve the system of government that had been established at the nation´s founding --to prove, in fact, that the system was worth preserving, that the idea of democracy had no failed.

Felipe Prieto, una de mis figuras Barskervillescas, sostiene que el capítulo sobre la historia de la estadística relata magistralmente el movimiento de las ciencias sociales hacia la cuantificación: una de mis recientes preocupaciones para entender la falta de Antropología biológica en los departamentos del país a pesar de ser formulados como clásicos hasta los más recientes intentos (donde tuve la noble experiencia de experimentar con la educación ajena).

Buena parte de los textos en formato de artículo de revista escritos por tan distinguido personaje son reseñas de libros que recientemente han salido al mercado (a manera de mueca para recordarnos que además de tener una vida exitosa le sobra tiempo para andarse leyendo cosas que nadie ha recomendado). Como diría Felipe, un hijueputa.

Una de tales reseñas trata de un libro dedicado a las frases que se le atribuyen a personas, libros o películas, pero que jamás aparecen en dichos textos. Como ejemplo, uno cercano a mi corazón, Play it Again, Sam [Otra, mompita], del tributo que hace Woddy Allen (en su primer guión llevado a la pantalla grande por un director diferente) a Casablanca, y donde ya se perfilan sus impedimentos para entablar relaciones sanas y duraderas.

Entretanto, en un bus que baja de La Calera a Bogotá a eso de las 11:15 de un Martes en Agosto, una mujer vestida como campesina se acerca al chofer mientras el bus está en movimiento.

- ¿Me hace el favor y para más adelante que traigo una encomienda?

El pedido fue tan extraño que el mismo chofer tuvo problemas en entender y acabó por acceder sin poner mucho problema.

- ¿Cómo así? ¿Se va a bajar? ¿Se demora?

La mujer tenía su mirada en el horizonte que apenas se veía por la nube de contaminantes que cubre la ciudad al final de la mañana. Casi como un caballero Jedi controlaba el pensamiento de todos los pasajeros, y aunque seguro muchos como yo consideraron la solicitud inapropiada, había un sentimiento colectivo expectante.

- ¿Acá?
- Más adelante -decía la mujer con seguridad.

- Listo, ahí está...

Una joven voluptuosa y de inocencia seductora se acercó al vehículo, corriendo. Una especie de Scarlett Johanssen de la vía a La Calera. Los ojos brillantes de felicidad saludaban a su madre, a quien aparentemente no veía hace un tiempo. La mujer del bus rápidamente regresa a su puesto y levanta uno de los varios bultos que componen su equipaje. Va hacia la puerta y lo entrega a su hija, que lo recibe sin pensar siquiera en medio de la emoción. La mujer hace un gesto al conductor, quien arranca.

- Adiós...
- ¡No, mami! ¡¿Cómo así...

Las palabras se pierden en el ruido del automotor, pero es suficiente para que no haya duda sobre la voz resquebrajada y temblorosa.

- La dejó llorando -dice el chofer.
- La juventud -responde la mujer, con una sonrisa pícara en la cara.



La moraleja de la historia, como la tira de Calvin y Hobbes, es la importancia de la edad en la manera como experimentamos sensaciones. Más aún, la imposibilidad de vivir cualquier emoción por fuera de nuestro momento en la vida. ¿Cómo, por ejemplo, habría sido el colegio si supiéramos todo el conocimiento que ahora poseemos? Incluso en los casos más limitados y de personas que se rehusan a madurar, como el bien sabido afán de Dumpa por rodar cuesta abajo por carreteras criollas en monopatín.

Con la llegada a Bogotá al final de mi estadía en Bolivia surgía la esperanza de experimentar todo eso que en Stanford parece esquivo: fiesta espontánea y socialización que no requiera planeación con habilidades de relojero universal para coordinar agendas.

Tal vez en el proceso de viajar, la adaptación a otros lugares siempre es a expensas de desadaptarse al lugar de origen. Al igual que en el libro de Barrico, Seda, trozos del corazón empiezan a regarse por cada lugar que nos recibe. Tal vez por eso los departamentos de antropología del mundo entero son lugares tan disfuncionales: en su afán por convivir en paz con minorías de costumbres extrañísimas, los académicos olvidan las normas de convivencia de sus más cercanos congéneres (o dejan de importarles). En la teoría evolutiva se describe, por ejemplo, la paradoja de los organismos al tener que elegir entre opciones mutuamente excluyentes como crecer, sobrevivir o reproducirse.

Mis esperanzas de noches de marcha a manera de comparsa de carnaval no podrían haber estado más lejos de la realidad. Los amigos que no me recibieron en apartamento nuevo y amoblado con cara de hogar (para que conociera a sus hijos, en muchos casos), estaban llenos de responsabilidades en su trabajo y no tenían tiempo libre, habían decidido seguir una nueva corriente de yoga que les requería despertarse a las 4 de la madrugada (vulgar hábito inhumano), o sufrían una crisis por no encontrarse a sí mismos en este momento de la vida (sin mencionar que el caos bogotano, siempre creciente, cada vez genera un inconsciente colectivo más frenético). Peor aún, cuando lograba embaucar almas que vagan en pena por la ciudad, como mi gran amigo Jorge, o el siempre difícil de convencer Tomás y su alter-ego siempre dispuesto a vivir desaforado, Larry, nuestro grupo resaltaba en el lugar como Peter Sellers en Lolita.

La conclusión, triste e inevitable, queridos amigos, es que envejecemos. La rumba, sencillamente, es para gentes de energías fogosas y que no le tengan miedo al poco sueño o a las responsabilidades. O sea, adolescentes. Al resto no nos queda más remedio que tener agendas y programar veladas. Lo aburrido no es Stanford, sino la edad que vine a experimentar en estas latitudes. Sin embargo, también tuve la satisfacción de verme como tío para saber que puedo disfrutar mucho hijos y matrimonio, pero ajenos por lo pronto. El pensamiento positivo es que una conducta que parece consolidarse como virtud en esta etapa de la vida es la terquedad, que por historia, familia y desarrollo personal parezco tener de sobra.

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