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La mirada del fotógrafo

Alex, un fotógrafo austriaco que llegó a San José por invitación de Pablo de la Cruz con miras a seguir su proyecto de documentar las comunidades étnicas en su hábitat, llegó hace unos días a San José. Desde el viaje a Barrancón a buscar los Nukak disidentes (en 100 años de incertidumbre) nos acompaña, y cuando las personas lo permiten toma fotos.


Como en todos los oficios, hay algo vocacional sobre la fotografía que tiene que ver con la personalidad. No digo que sea un sine qua non para ser destacado en el arte, pero hay algunos que logran pasar desapercibidos de tal manera que los sujetos se sientan cómodos, al punto de no sentir que están siendo retratados.


Sin embargo, sugerí a Alex proceder con cautela. Para tal efecto, tomó solo algunas fotos durante la ausencia de los hombres (siempre ausentes durante el día), y las revelamos durante para llevar como regalo. Tenemos pendiente hace bastante tiempo pasar una noche completa entre ellos, y aunque la idea era hacerlo la noche de ayer, retrasos en logística nos hicieron pensar que era mejor solamente ir y compartir una comida con ellos. Compramos pescado, piña, panela y tomate para el agasajo.


Las fotos causaron bastante conmoción. Como era de suponerse, todos quisieron ser objeto del lente de Alex tras ver las imágenes, en las que pululan Nukaks reposando en las hamacas.


- Me gustaría tomar fotos de otras actividades diferentes, tengo muchas de ellos en las hamacas -decía el austriaco con ganas de ser invitado a una expedición de cacería. Veremos si lo logra, y veremos si aguanta el paso. Según cuentan, para buscar alimento deben trasladarse a lugares distantes, 2 horas de caminata que a ritmo Nukak deben ser cosa seria.


Tuve la oportunidad de hablar con J, aparentemente infectado con malaria. Le pregunté dónde la contrajo, y parecía tener claro que había sido en Wanapalo, su lugar de procedencia, donde había trabajado con un blanco limpiando potreros. Hoy se conocerá el diagnóstico de la gota gruesa.


Johana, en un ataque de justicia, le entregó dos pescados a una familia que no tenía alimento. El hecho aparentemente fortuito motivó los celos de las otras malokas, que no entendían por qué ellos no habían recibido también un bocado. Tuvimos que repartir los pescados entre todas las casas, de manera que no estuvieran molestos, pero al fin y al cabo quedó algún malestar que no fue posible zanjar.


En medio del carnaval que sucede cuando cae la noche en el campamento (aunque el de anoche estuvo un poco más tranquilo, probablemente a causa de la lluvia), tuve la osadía de participar en el juego de niños con carbones en llamas. Bonito y divertido, por supuesto, pero resulté con una quemadura en la palma, no muy grave pero sí molesta.


Los hombres llegaron mientras yo me divertía jugando a mano limpia con las brasas, unos de 3 días de reuniones en el pueblo, otros del monte para recoger pepas. El líder, con más de un trago en la cabeza, me buscó para hablar sobre temas variados. Entre ellos me habló, muy en tono de antropólogo poscolonial, sobre la "problemática Nukak, su pueblo y el desarrollo del resguardo". Para no articular bien más de dos frases seguidas en castellano, combinaba bastante bien los conceptos foucaultianos, al punto que no me es posible tener una idea de su entendimiento. Su discurso, eso sí, despertaría empatía hasta en el corazón más cínico. Parafraseando, dijo que los Nukak tenían muchos problemas, principalmente que no podían ocupar su resguardo. Que todos somos seres humanos, y que la sangre derramada en el conflicto es la misma. Que ellos no podrían empuñar fusiles para matar humanos, porque ese acto está destinado únicamente a los animales. Luego si disculpó y se fue a descansar, no sin antes invitarnos a pasar la noche del domingo entre ellos.


A la salida, se acercaron varias familias para pedir artículos diferentes.


Día de pocos mosquitos en el campamento. Algo caluroso, pero también con lluvias dispersas.

noche con los nukak 6224668919369361810

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