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Jenna


(Hace unos días accidentalmente descubrí varios Megabytes de textos que jamás fueron leídos, y que ahora quiero compartir. Este es uno de los poquísimos poemas que he escrito, en soneto para aceptar un reto. Me parece que por lo menos tiene algo de divertido, y además encarna una de las facetas recurrentes en mis escritos: la confesión de amor. Vendrán más.)

Posmoderna y hermosa  princesa 
reclama versos (en)decasílabos
como si fueran yuca en mercado,
sin pega de romper la cabeza
e imponer métrica como clavos
al más simple y llano aficionado.

No quise usar su lengua de cuna
para así reservar mis maltratos
hasta explorar sus nobles recatos
al tenerla sin ropa ninguna.

Si fueren estos versos leídos
por ojos de traductor amable
os lo suplico en tono de ruego
que gracia no ahorréis en el juego,
pues mi intención es casi honorable
con la niña de rizos dorados.

Y aunque es más rara que un perro a cuadros
tiene Jenna un encanto notable,
¡mucho más que de muñeca inflable!
(¡oh! alegría sutil e inefable)
si fuéramos juntos viejos maduros. 

Normalmente no entiendo ni papa
cuando de antropología habla
mi colega de tira cómica:
con su mirada embruja la guapa
y al lector deja como una tabla
con serios problemas de formica.

Confusas palabras, florida melena
como un hechizo cae el encanto
prosa y trasero a manera de canto
seducen de manera elegante y amena.

Duda deste caballero andante:
¿Esperase el amor, o se acecha?
No existen normas para el cortejo,
más que para aventurero errante.
La fortuna no está en la cosecha
sino en el caminar tras el tejo.

Y aunque parezca oliendo pegante
cual asesino del sur de  Soacha
que no haya duda en toda la Mancha:
cuando escribe me cambia el semblante.

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