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El león de Zion

Los pasados seis años he tenido la impresión de estar en una nave espacial de esas que usan en los ejemplos para explicar la teoría de la relatividad: mientras se ha sentido como un parpadeo (aunque uno muy largo) el paso del tiempo, para los demás terrícolas han pasado años y vidas enteras. Yo, mientras tanto, atrapado en una etapa del desarrollo, cual orangután subadulto esperando que haya un cupo de macho dominante. La diferencia, claro está, es que yo sí he desarrollado los cachetes característicos. El tiempo pasa, claro. Pero pasa más rápido fuera del doctorado.

Hoy superamos con satisfacción, a propósito de máquinas de viaje, el primer contratiempo mecánico. El siempre fiel y confiable Subaru, como un camello que no puede seguir luchando con los calores del desierto, amaneció en un charco de líquido refrigerante. Los entendidos de las artes del mantenimiento automotriz sabrán lo grave que es tal señal en esta especie, ya que puesto en palabras que entendamos todos los mortales, su motor tiene una marcada tendencia a descuadernarse más allá de cualquier intervención posible. El impas que estuvo a punto de marcar el fin del viaje, y del fiel alma camélida en la triste locación de Las Vegas, fue uno de esos impulsos para seguir con fuerza, pues no era otra cosa que una tapa del radiador mal puesta y que costó unos modestos 50 dólares.

Revivido el dromedario, cruzamos el desierto que comprende los límites de Nevada, Arizona y Utah. El calor ya pasa de ser inhumano, a cómico, y luego a placentero. Creo que acabaré por sentir frío y usar saco de lana cuando la temperatura baje a los 30 grados centígrados (normalmente está por encima de los 40).

Hoy amanecemos en Zion, uno de los parques más famosos del territorio marciano. La analogía con el planeta rojo se mantiene incluso para la geografía. Los paisajes, inmensos y majestuosos hacen ver el Cañón del Chicamocha como un grano de arena.

El campamento, que sospecho es operado por mormones ya que les causó impresión cada detalle de nuestro paseo, es el primer lugar donde he tenido la oportunidad de conectarme al internet desde una carpa. O bueno, desde mi colchoneta, porque con estos calores la carpa sobra.

Por lo pronto, lo único cierto es que el paseo continúa, y cual cosmonautas, el tiempo se dilata. Sin embargo, vamos tarde para encontrar campamento adentro del parque.


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