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Compañeros de viaje y señales del destino


El partido más importante, sin duda, es conmigo mismo. Casi como un jugador de fútbol veterano, que intenta mantener su nivel para permanecer en el deporte, lo crucial es la mentalidad. Creer en uno mismo, a pesar de la prensa, el director técnico, y en ocasiones, los mismos compañeros.

Nuevamente estoy en un avión, buscando respuestas para alguna pregunta que todavía no he podido formular. La sensación de estar sentado, en el martirio que supone la aviación moderna, con rumbo a un paraje distante donde se ven constelaciones diferentes, es bastante peculiar. La primera vez que recuerdo haber sentido esto, fue en el viaje a Miami, en familia. Ya teníamos casa, y cada uno de nosotros contaba con un plan de vida en Florida. Sin embargo, embarcarse a vivir en un país diferente tiene cierto parecido con un salto al vacío: uno sabe qué lo espera, pero al igual que en las uvas de la ira, solo puede limitarse a decir en cada instante "hasta acá, todo bien".

Sin lugar a dudas, el viaje más significativo que he emprendido fue el regreso de Indonesia, donde vivía en un pueblo perdido de la selva estudiando el uso de plantas medicinales en orangutanes, tras la muerte de mi padre. Ante la dura noticia, comunicada por la siempre fiel e intensa Nora, quien a su vez murió el presente año, emprendí un viaje digno de Julio Verne, desde la antípoda de Colombia. En el transcurso de las 52 horas de viaje tuve la oportunidad de conocer personajes de toda índole. James, mi compañero de labores en la investigación, me acompañó el primer trayecto, en un bus rentado solamente para llevarme hasta Medan, la capital de Sumatra, donde tenía que tomar un vuelo hacia Singapur. El avión, en una de esas suculentas delicias que solo sucede en el tercer mundo, se había retrasado más de media hora a la espera de que yo llegara. El afán sirvió de poco, pues en el país donde está prohibido mascar chicle tuve que pasar unas larguísimas 5 horas de escala. Hice una llamada, de esas que son casi automáticas y sin saber muy bien el motivo, a la casa de Tomás.

Por esas fechas tenía vigencia el inusual experimento social que significaba la pareja de Tomás con Carolina, de manera que pude hablar con ambos. O más bien, llorar por el teléfono, mientras ellos me escuchaban, algo atónitos, imagino, y sin saber qué decir. El trayecto continuó en China y San Francisco, donde por primera vez tuve una experiencia Californiana: al visitar el sistema de salud del aeropuerto, una médica bastante jipi se apiadó de mi situación, y me dio un tarro de pastillas calmantes capaces de dormir un elefante con sinusitis. Ya en Miami, me esperaba una comitiva de amigos que me acompañó a esa casa que había sido nuestro hogar en la Florida. Mi primera experiencia de mudanza internacional llegaba a su fin, lo supe en cuanto entré por la puerta, pues esa, ya no era nuestra casa. Meses más tarde, en compañía de mi madre, visitaba nuevamente aquel edificio en Brickell para empacar todas las pertenencias, muebles y pinturas, que un año atrás habían sido parte del guión de un sueño.

Recuerdo poco de los compañeros de viaje que me han tocado en cada uno de los tránsitos internacionales. Durante el trayecto China-San Francisco, mi compañero de silla era un empresario estadounidense vinculado al negocio de los juguetes.

- Don´t worry, man, you will take good care of your family -me decía, mientras yo sollozaba como un niño sin consuelo. 

Una tónica muy diferente encontré en un viaje más reciente, sin duda la mejor experiencia que he tenido al volar. En una de esas alineaciones cósmicas que se dan una vez cada 500 años, junto a mí se sentó una guapa venezolana que me había desviado la mirada en la sala de espera. La empatía fue inmediata, y tras unos minutos de conversación, acabamos medio ebrios, arrunchados y en caricias muy cercanas a las estrellas. 

Por desgracia, no es así hoy, cuando escribo esto a minutos de llegar a Texas, al aeropuerto internacional George Bush (padre, no W.). Mis compañeros, porque escribo desde el puesto de la puta, son dos amables compatriotas. A mi diestra, una señora que cuenta con varios juegos en su tablet y no ha dejado de entretenerse con ellos. A mi izquierda, un señor conversador, de edad avanzada, quien regresa de su primera visita al país en 49 años. Está pensado, dice, en regresar a Colombia, si su señora y sus hijas continúan en actitud soberbia. La paciencia, al parecer, también es necesaria ad portas de cumplir las bodas de oro. 

La reflexión, más allá de ser una disculpa para interrumpir la charla con el vecino cuando empezó a hablar de los tres libros místicos (La Biblia, el libro de los mormones, y el Larousse), es que los compañeros de viaje tienen una cierta propiedad revelatoria. En cada uno hay una lección, así sea la perseverancia al luchar por un reposa brazos, y son innumerables los ejemplos entre mis amigos en los cuales un emparejamiento fortuito, del destino, cambia el curso de una vida. 

¿Cuál es el mensaje de mi compañero, José Antonio? Él me dice, cuando le pregunto su nombre, que Dios me de inteligencia y fuerza para mis estudios.

Suena el altavoz, debo apagar los equipos electrónicos. 


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