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El Oráculo de California y la bostezadera


Cuando estaba por emprender mi partida a California, en 2007, me encontré fortuitamente con Lina, una de las personas más buena onda que conozco,  en una clase de yoga. Tras intercambiar los saludos de rutina que exige el protocolo bogotano, me contó que su hermana vivía en San Francisco y me dijo que la llamara. Luego, en otro encuentro del azar, la reconocí (a pesar de no conocerla) en una charla sobre la Ecoaldea en Colombia. 

Desde entonces hemos estado en contacto, y durante mi estadía, Malu fue esa persona a quien uno consulta para cualquier tema, desde dónde puedo conseguir un carpintero, hasta qué le cocino a mi novia para el cumpleaños. Malu siempre tiene la respuesta, por lo cual ha sido merecedora del sobrenombre: El Oráculo. 

Durante mis años de doctorado, varios amigos pasaron de visita en medio de una crisis de vida, de esas en las que uno cuestiona todo lo que ha vivido y empieza a buscarse a sí mismo. Sin excepción y al igual que en The Matrix, llevé a cada persona para que hablaran con Malu. Después de unos minutos de charla, ella siempre tiene datos de lugares que uno debe visitar, personas para conocer, y actividades por hacer para realizar eso que ella interpreta, en ocasiones sin que uno mismo lo haya enunciado. Yo le he dicho mil veces que debía montar una práctica para usar su preciado talento para el bien de la humanidad, de manera profesional, pues la humanidad entera se beneficiaría si a eso se dedicara.

Desde mi llegada he estado hospedado en su casa. Vive con Steph, una especie de lobo estepario francés  que sale de su madriguera solamente con la pregunta adecuada, pero cuando sale, parece un niño contando sus historias de recreo. Sin saberlo, como en los primeros encuentros cuando la conocí, llegué en una situación muy similar a aquella vista mil veces antes cuando recibía visitas en emergencias espirituales. Dice el Lonely Planet de la India, al igual que la canción de los Rolling Stones, que el subcontinente no le da a la gente lo que buscan, sino lo que necesitan.

El primer fin de semana, Malu me llevó a Bass Lake, un espectacular paraje al norte de San Francisco, cerca a la playa de Bolinas, donde solía ir a surfear. La luz, la naturaleza, todo el paisiaje parece sacado de una película. En medio del paseo, ingerimos unos alimentos que le habían sobrado de Burning Man, un festival absolutamente inusual, una oda a la demencia y la cordura que tiene lugar una vez al año en el desierto de Nevada. 

Por algún motivo, la merienda tuvo el mágico poder de hacernos bostezar incansablemente. Me sentía casi como la tortuga de Finding Nemo, o como si hubiera sido víctima de un hechizo de Harry Potter.

- ¡Qué bonitas estas pla...YAAAAAWWNNNNN...yas!

California se disfruta más a los bostezos. La vida se ve más bella cuando somos presa del reflejo. Pandicular, pandicular, que el mundo se va a acabar. Lo que necesitaba, más que acabar la tesis, era encontrar la paz con California, con la tesis, con mi vida. Volver a ver las maravillas de esta tierra, de la oportunidad que tuve, y de estar vivo y respirando. Bostezando.






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