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El calzoncillo prestao




Muchas personas han hecho carrera explotando sus atributos físicos, pero nadie en el país ha llegado tan lejos gracias a sus encantos como Antanas Mockus: una mostrada de culo, para acallar una audiencia enardecida, lo llevó a una alcaldía, luego otra, a ser candidato a la presidencia en dos ocasiones, y sobre todo, a un estrellato digno de una estrella de rock. Se hacen documentales de sus ideas revolucionarias sobre ingeniería social. Transformó para siempre la conducta de muchos colombianos: fue quien nos enseñó a usar cinturón de seguridad, empleó métodos totalmente innovadores para domesticar un tráfico que en ese entonces, parecía tener menos solución del que vive actualmente Bogotá, y lo más asombroso, reivindicó y dignificó la práctica de mimo. Y todo ello empezó con bajarse los pantalones, no para Soho (a nuestro pesar, pues con el noble recato de la atrevida revista habrían editado las fotos para que no fuera vista la bolsa de sus güevas), sino para un público que parecía estar en el estadio en medio de unas barras bravas. Un acto simbólico. 

El próximo mes se realizará la marcha en favor de la Paz. El uribismo, en el acto más estúpido de la política colombiana desde la contramarcha del Polo en el día No Más Farc, ha intentado sabotear la marcha con los métodos más viles de los que goza un político. Su lider, lejos de poseer encantos como aquellos que dispararon la popularidad de Antanas, se presentó en el ámbito nacional como director de la aerocivil en la época de más viajes de narcotráfico en Colombia. Luego concibió los grupos que evolucionaron en las fuerzas paramilitares (fue algo así como su progenitor), y repartió más plomo y terror del que ha repartido cualquier otra persona en el país. Chuzó e intimidó a la oposición, la rama judicial, y persiguió a cualquier mechudo con mochila engendró esta era en que vivimos.




Algunas cosas son claras. Uribe está en la arena política a la altura de Mockus, quien para este momento es un personaje bonachón que en general todos vemos con ternura. La pelea que tienen parece más digna de un hogar geriátrico que del debate civil que se da en un país, pero afortunadamente Julito siempre se encarga de volver la realidad nacional un espectáculo de clown.

Sin embargo, entre tanto chispero y ruido que hace el uribismo, últimamente me pregunto mucho la mejor manera de interactuar con ellos. A fuerza de responderles, he resultado santista, lo cual me incomoda tanto como llevar calzoncillos prestados, sin lavar. No porque lo haya experimentado, sino a manera de prosa sudorosa. Y el uribismo es como una marquilla incómoda de los calzoncillos prestados sin lavar, una de esas que maltratan la piel, pican, y dejan roncha. Calzoncillos prestados, sin lavar y picosos, como si tuvieran piojos. Así me hace sentir el clima político.

Y los uribistas, bulliciosos.

Pero Mockus, con su culo, interactuó con la sinrazón. Con su acto simbólico. La violencia simbólica, mejor que la verbal. La verbal, mejor que la física. Y la física, mejor que matar a alguien.

Tal vez la solución es mostrarle el culo a la corte, que comunica su fallo por twitter. Al procurador, a la senadora loca esa que parece mezcla de Sarah Palin con Musolini. A los taxistas, por ser tan caspas. A los políticos. A todos. No hablar, sino mostrar el culo. 

Mostrar el culo. Tal vez, así nos demos cuenta de que, como dijo Gabo, todos llevamos años comiendo la misma mierda. 









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