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Las reuniones con el contador

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Casi todos hemos tenido que sufrir una reunión con contadores. Es una de esas experiencias en las que uno es consciente del progreso que ha sufrido la humanidad: El progreso de la especie ha sido tal, que hay personas que pueden vivir de hacer eso que todos deberíamos hacer, pero que nos da una pereza infinita.

Respeto profundamente a los contadores. Sé que son más que necesarios, y realmente me considero afortunado de que haya personas que se dediquen a esas labores tediosas, y que además de todo lo disfruten.

Lo que sí no me parece nada divertido es tener que reunirme con los contadores. No porque no entienda de qué hablan (aunque no entiendo mucho), no porque tenga algo mejor que hacer (porque sé que son importantes), sino por la lucha contra el sueño que implican.

Un amigo al que llamaremos N. para no revelar su identidad, al igual que muchos de nosotros, se quedó dormido en una reunión de estas. La diferencia sustancial de esta historia está dada por dos hechos: el primero, que por quedarse dormido hizo una fuerza inusual en la silla y la rompió. Cayó como un niño de preescolar en plena reunión, de manera que fue imposible disimular ante la junta directiva o ante los contadores. El segundo, y meollo de la historia, que se había sumido en un sueño tan profundo, que había empezado ya con las fases normales de cualquier otro ser humano al dormir: REM, soñar, y para los caballeros, la inevitable excitación. Esa misma del sueño del ejecutivo antes de llegar a la universidad y de las clases aburridas antes de que lo pasen a uno al tablero. La misma que hace que en los paseos en grupo ningún hombre quiera ser el primero en pasar a la ducha apenas se despiertan, y en últimas, la misma que aun no hemos aprendido a llevar con normalidad. N., con el argumento de intentar arreglar la silla, permaneció 5 minutos agachado en el piso de la sala de reunión. 5 aparatosos minutos en los que la junta directiva completa pensó que habían contratado un drogadicto, o algo así. 5 incómodos minutos que a cualquier hombre le son familiares, pero que por algún motivo todos intentamos disimular.

Es bastante paradójico que en una sociedad que es una competencia perpetua por la virilidad no haya personas que lleven una situación como estas con dignidad. Que al igual que la propaganda de Leonisa, digan, "sí, tengo parola, ¿y qué?". Que como en los perros sea un símbolo de emoción, y que N. pudiera pararse tan pronto se cayó y con un simple gesto hacerle ver a los contadores que él, contrario a la impresión que podía haber dado, disfrutaba mucho de la reunión.

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1 comment

Kamilo Klauss said...

jajajaja, muy bueno

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