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Duelos Sin Fronteras






 



Desprevenidamente contesté el teléfono ante un número desconocido.


- Buenas tardes, ¿hablo con el señor Alejandro?

- ¿para qué lo necesita? -pregunté en tono defensivo, asumiendo que era una llamada para ofrecer algún tipo de producto crediticio que no me interesaba.

- Ante todo, mucho gusto. Hemos estado siguiendo su proceso, lamentamos mucho el fallecimiento de su esposa, pero queremos felicitarlo mucho por su desempeño hasta el momento...

- Mire, le agradezco. Si son psicólogos especializados en duelo, la verdad es que no he tenido buenas experiencias, sé que esas cosas le sirven a otras personas que no verbalizan sus emociones, pero yo de hecho lo que necesito es un corcho, creo que me iría mejor en la vida si no manifestara tanto lo que siento.

- Oh, por supuesto, Alejandro, eso lo sabemos. Escribir y verbalizar es una parte importante para muchas personas, pero estamos de acuerdo en que no es lo mejor para usted. 


Estamos. El hombrecillo del otro lado del teléfono siempre se expresaba en plural y parecía tener detalles fidedignos de mi vida. Era desconcertante.


- ¿Es usted un espía ruso? -pregunté para cambiar el rumbo de la conversación y ver qué respondía.

- ¿Espía? ¡Por favor! Y ruso en absoluto, a menos que se refiera usted al término coloquial, en cuyo caso mi padre, que en paz descanse, era maestro de obra. Fue mi primer trabajo, por supuesto. 

- ¿Qué quiere usted de mí? Mire, estoy muy ocupado -mentí. -Tiene dos minutos. 

- Me basta y me sobra. Solo quería agradecerle por su trabajo para nuestra organización y poner a su disposición nuestra red de colaboradores. 

- Creo que está equivocado, no hago parte de su organización. 

- Me parece que no me entiende, quizás no me expliqué bien. Nuestra organización no tiene membresía, ni afiliación. Se es miembro sin solicitarlo, y usted está vinculado hace 20 años. 

- ¡¿Cómo?! Pues por favor retírenme la membresía, no la quiero...

- Sigue sin entender, Alejandro. No es algo a lo que se pueda renunciar, sencillamente se hace parte o no por circunstancias fortuitas de la vida. Es como su pertenencia étnica o nacionalidad, aunque bueno, siendo usted antropólogo no quiero entrar en detalles que seguramente resulten inexactos. 

- No tengo las susceptibilidades de la mayoría de los antropólogos, pero sigo sin entender. ¿Quién es su jefe, por qué me llama, qué necesita?

- Mire, yo entiendo que puede parecer confuso pero en realidad es algo increíblemente sencillo. Las personas nacen y mueren, hechos inevitables. Ya como usted quiera interpretar la existencia, es otra cosa, pero no es algo que nos preocupe a nosotros, de hecho la religión es una parte importante en muchos de los procesos que acompañamos. Lo realmente importante es que en medio de ese constante nacer y morir, flujo incesante de almas por esta existencia, quedamos en un estado liminal en el cual relacionarnos con estos hechos es confuso. Nuestra organización se dedica a acompañar esos procesos.

- Ya, muy bonito y todo, pero yo nunca he acompañado a alguien ni he tenido contacto con ustedes...

- Disculpe que le diga, pero nuevamente se equivoca. Usted ha acompañado muchas personas, y muchos lo han acompañado a usted. 

- Vale, claro, pero son mis amigos.

- Por supuesto, pero, al igual que usted, muchos de ellos pertenecen a nuestra red. 

- Interesante y todo, y hasta necesario que alguien haga eso, sí que se necesita, pero ¿cómo pueden decir que alguien es parte de su red si ni siquiera son conscientes de que existan? Mucho menos que lo hacen en su nombre...

- Por supuesto, tiene razón. Nunca pretendemos que la gente haga cosas en nombre nuestro, de hecho varios estudios muestran que si no es a título personal tiene menos impacto. Es mucho más efectivo el proceso de acompañamiento cuando hay un lazo afectivo.

Me parecía interesante pero el hombrecito empezaba a desesperarme. Desde la muerte de Mariana tengo poca paciencia para la gente que no escupe en las primeras frases lo que quiere decir.

- Vale, bien...pero, vuelvo y pregunto, ¿qué hago?

- Es muy sencillo. Sabemos que usted ha tenido charlas de diferente índole con muchas personas. En general siempre nos gusta conocer las experiencias de la gente. Disculpe la pregunta personal, ¿alguna vez ha ido a una reunión de Alcohólicos Anónimos?

Durante mi adolescencia asistí a muchas, que me dejaron muy impresionado. Conocer relatos de primera mano, la manera como la mente humana es capaz de caer en un espiral acelerado por el abismo del caos y llevarse consigo a todo lo que pueda es desgarrador. Además, escuchar esas historias en medio de procesos de rehabilitación en los cuales uno está particularmente sensible hace que cada experiencia le toque a uno las fibras más profundas. Ver, de repente, que ese demonio que uno y su familia lleva años batallando también le causa agravios a otros, que ese es un demonio compartido, es bastante liberador. En realidad, al pensar en ello fue evidente para mí que había una profunda similitud entre un duelo y las reuniones de Alcohólicos Anónimos, como decía el hombrecito. Mi atención se volcó sobre la llamada de una manera que no había estado hasta entonces, como si una neurona disparada en mi cerebro hubiera hecho una conexión obvia pero escondida a plena vista. 

- Sí, varias veces. 

- Bueno, pues ese mismo principio se ha implementado en muchos grupos, no solo de abuso de sustancias. ¿Nunca estuvieron en contacto con los grupos de sobrevivientes de cáncer que promueven algunas farmacéuticas? 

- Nos lo ofrecieron, pero no.

- Ah, es una lástima, eso parece ayudarle mucho a la gente. En todo caso, nosotros somos una especie de grupo de apoyo, una comunidad, no sé cómo prefiera llamarlo. Nos hacemos llamar organización para que sea más fácil para la gente, pero en realidad no nos identificamos con alguna denominación colectiva particular. 

- Y, ¿me están invitando a que asista a las reuniones?

- ¿Reuniones? Es una gran idea, si es lo que a usted le resulta interesante, sería bueno que lo llevara a cabo...

- Noooo, yo no tengo tiempo para hacerme cargo de algo así ahora, pensé que ya que usted lo mencionó tendrían alguna, y que quería que yo asistiera. Y por eso, vuelvo a preguntar, ¿qué necesita de mi parte?

- Pues, en realidad solo quería hablar con usted, que siga haciendo lo que hace, y si fuera posible que me comparta un poco su experiencia.

- Para un libro o ¿algo así?

- Pues, sí hay un proyecto de hacer un manual, como un protocolo de conducta para la gente que rodea a una persona que pierde a alguien. Usted, por haber tenido dos pérdidas cercanas de naturaleza tan diferente, quizás nos puede dar algo de perspectiva. ¿Sabe? usted es un miembro de una categoría elevada para su edad...aunque en Colombia contamos con miembros de niveles solamente alcanzados durante guerras a nivel mundial, su caso nos resulta particularmente interesante.

No sabía en lo que se metía la voz del otro lado de la línea. Estos temas me detonan y puedo hablar por horas. Efectivamente hay una diferencia muy grande entre los duelos de una muerte sorpresiva y los de una enfermedad crónica, degenerativa. Sin duda debe haber otras categorías, pero estas son las dos que yo he podido identificar como procesos radicalmente diferentes. 

- Tiene razón, son dos procesos muy distintos. En la muerte sorpresiva uno queda petrificado ante la existencia, como si de repente, en un pestañear, uno despertara en un universo alterno donde todo es *casi* igual que en el que se había vivido hasta entonces, pero no del todo. Como si uno pudiera *sentir* esa diferencia existencial en la luz, en el aire...es como ser un forastero en su propio universo.

- Claro, le entiendo, sin duda usted lo ha pensado mucho. 

- ¡Muchísimo! Es como si de repente nada más importara. Bueno, además esa muerte fue la de mi padre, creo que hay un sentimiento de desamparo cuando mueren los padres. 

- Es verdad. Algunas personas dicen que es el momento en el cual uno madura -repuso en tono empático.

- Por otro, la muerte por una enfermedad crónica es una larga agonía, como un deceso en cámara lenta, en el cual uno progresivamente ve cómo se extingue la vida del ser querido, poco a poco el cuerpo muere por etapas, y también la mente y los lazos afectivos sufren la falta de oxígeno. 

- Ya veo. Y en términos de la compañía de la gente, ¿qué le resultó más útil?

- Sin duda en ambos duelos he tenido una compañía inesperada: la de un amigo que es un genio excéntrico y a quien le cuestan un poco las relaciones humanas, y precisamente por eso es un poco contraintuitivo que sea un apoyo tan importante. Su ayuda ha sido principalmente estar presente, llegar a mi casa en diferentes momentos y sencillamente acompañarme a lo que tenga que hacer. El último año me acompañó a la clínica, llevaba un libro y se quedaba afuera a la espera de noticias o de algo que pudiera necesitar. A veces llegaba a la hora del desayuno con pan vegano, con un shawarma de falafel, o cualquier otra serie de cosas que se podía imaginar que me subirían el ánimo. 

- Estamos al tanto de su amigo, bastante inusual ya que no es de nuestra organización. ¿Hubo más personas?

- Muchas personas, la familia, y muchos amigos, pero es curioso, a veces hay personas cercanas de quienes uno espera mayor acompañamiento y se desaparecen, mientras que otras menos evidentes se acercan y acompañan de una manera fraternal. 

- Es verdad. Muchas personas no saben qué hacer o decir y se sienten incómodos.

- Cierto. Y realmente uno no necesita que se diga algo en particular.

- ¿Qué es lo que más le ayudó? 

- Manifestaciones simples de afecto siempre ayudan. Un mensaje diciendo que se está mandando buena energía, enviar flores, enviar comida (como es la costumbre judía), son cosas que ayudan mucho. Cosas que no ayudan, en mi opinión, son las llamadas a pedir detalles médicos, por ejemplo, o quienes preguntan a diario cómo se encuentra uno. Realmente, lo más simple es lo mejor. En el caso de la enfermedad crónica, muchas llamadas o manifestaciones de afecto aparecen cuando la persona ha muerto, pero en realidad uno necesita ese contacto humano que lo saca de la madriguera *durante* el proceso. Es tan duro el proceso que la llegada de la muerte es un alivio para la persona y su familia comparado con los meses anteriores, llenos de sufrimiento. En esos momentos de sufrimiento extremo, una llamada, la compañía, ofrecer un masaje al paciente o al cuidador, pasear al perro, ir un día a la casa y cocinar o lavar los platos, las cosas más simples en ocasiones son las que más ayudan. 

- Bueno, bueno...eso está muy bien. Es suficiente por ahora, ¿podría llamarlo luego si tengo más preguntas?

- ¿Qué? ¿Vamos a colgar ahora? 

- Sí, disculpe, debo irme y con lo que me cuenta es más que suficiente. Escribiré un pequeño resumen y lo enviaré a las personas que están compilando historias. 

- ¿Y ya?

- Yo no estoy vinculado a lo que sucede después, como le dije, es bastante sencillo, le dije que uno o dos minutos eran suficiente. Lo difícil en ocasiones es explicar.

- Bueno, pues yo la verdad sigo sin entender, espero que sirva para algo.

- Sin duda, ha sido de gran ayuda. Muchas gracias.

- A usted.


Se colgó la llamada. Yo quedé con la sensación de no entender algo, como de tener un pendiente del cual uno no es consciente.


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