Intelectuality
https://supercontra.blogspot.com/2006/09/intelectuality.html
Para entrar a la era del reality, en Supercontra decidimos invitar algunas celebridades a convivir en una casa y cumplir retos. El ejercicio, para satisfacer a la crítica más sofisticada, debía estar a la altura intelectual de los lectores y escritores de Soho y El Malpensante: mordaces, exigentes, y elocuentes. Sobrios y elegantes, habitantes que se confunden con elites parisinas y neoyorquinas.
En principio enclaustramos en una casa a Andrés Hoyos, Daniel Samper (Ospina, por supuesto), Efraim Medina, Andrés Salcedo, Fernando Vallejo y Antonio Caballero. Después de varios de días de producción, no había material para presentar pues todos los participantes permanecían encerrados en los cuartos y había muy poco contacto. Daniel Samper, el primero en aburrirse, tomó la batuta para iniciar dinámicas. Golpeó puertas e invitó a los demás participantes a desarrollar alguna actividad en grupo, pero se sumió en una profunda depresión cuando Medina le dijo que parecía un recreacionista de caja de compensación.
La depresión resultó tan seria, que fue necesario llamar a un sicólogo para que lo tratara. Ante la llegada del personaje, todos los participantes dejaron sus cuartos y salieron para ver qué pasaba. Ante la visita del especialista, todos argumentaron tener una depresión desde hace mucho tiempo y solicitaron una cita. El diagnóstico no pudo resultar más sorprendente: todos resultaron hipocondriacos, algunos además con complicaciones serias, pero a ninguno se le encontraron síntomas reales de depresión (observación que, por lo demás, los deprimió todavía más). El sicólogo dijo, además, que Medina tenía el pipí chiquito, y a los demás intentó explicarles que era diferente una depresión de una vida deprimente. De Samper dijo que sufría un raro caso de incapacidad para aceptar el rechazo, y de Salcedo que parecía educado en otro siglo.
Después de la conmoción y frustración que supuso la visita, hablaron simultáneamente por tres horas cada uno y sin alternar el uso de la palabra. Algunos hablaron de Lacan y Freud, mientras que otros utilizaron argumentos de clase, todos para cuestionar la competencia del visitante. Medina se encerró en el baño con todos los ejemplares de Soho donde salieran artículos suyos, y Vallejo intentaba espiarlo. Caballero, sin saber nadie de dónde había sacado alcohol pues no había en la casa, apareció borracho y envuelto en una túnica, gritando que él era El Quijote.
Fue entonces cuando Andrés Salcedo, con gallardía y solemnidad pudo callarlos a todos, y cuando lo estuvieron escuchando propuso que le hicieran caso a Samper y jugaran algo. Vallejo gritó desde algún punto del techo que se había quedado atrapado en un tubo de ventilación, pero que jugaría twister si Medina también participaba. Daniel Samper gritaba entre sollozos que ya no quería que nadie jugara nada, y que ni soñaran con pedirle prestado el twister.
Fue en este punto que la escena se volvió un circo sicodélico. Caballero embistió a Samper y le propinó un puñetazo mientras le gritaba "¡Toma esto, Bojote!" En el baño sonó un golpe, y Medina empezó a gritar como costeño pringado con ortiga. La puerta se abrió y salió corriendo en calzoncillos, mientras Vallejo lo perseguía gritando que el techo se había roto, que si le había hecho daño.
Andrés Hoyos, ante tal locura, se detuvo a pensar un rato y de repente abrió (tan sólo un poco) sus ojos rasgados. Algunos pensaron que había tenido una idea brillante, pero cuando abrió la boca y dijo que llamaran a García Márquez para que lo arreglara todo, el mundo entero supo que realmente era un malpensante. Vallejo, horrorizado ante tan espantosa idea, dejó de perseguir a Medina por todos lados, descolgó un extinguidor y le propinó un golpe a Hoyos que lo dejó inconsciente. Caballero empezó a dictar cátedra sobre las leyes de caballería, en particular sobre lo poco cortés que resultaba atacar a un oponente que no estuviese armado. Samper, repentinamente, sufrió un colapso nervioso y empezó a gritarle a Antonio que él no era ningún caballero, que todos sabían que estaba hasta el cuello en deudas y que no tenía en qué caerse muerto. Y empezó a patear a Hoyos, y de repente miró al cielo y dijo "Dios Santo"... antes de caer abatido por un nuevo extinguidorazo de Vallejo, que cerró la conmoción diciendo:
- Perdón, pero no soporto ni a las locas, ni que nombren a Dios en vano.
Andrés Salcedo empezó a hablar en alemán, cosa que también pareció molestar a Vallejo, pues concedió un nuevo golpe y lo dejó en el piso. Caballero, por algún motivo, decidió autoexiliarse pues según dijo debía pagar su penitencia, y se encerró en un cuarto a leer en voz alta todos los ejemplares de Semana. Mediina intentó utilizar el teléfono para llamar a la policía, pero al ver que no funcionaba no tuvo más remedio que mirar hacia Vallejo y ver que había cortado el cable.
- Hay dos maneras de hacer esto,-le dijo Vallejo a Medina- y aunque las dos implican utilizar este amigo [el extinguidor], le aseguro que una es muchísimo más dolorosa.
De la mano entraron al cuarto nupcial, y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
En principio enclaustramos en una casa a Andrés Hoyos, Daniel Samper (Ospina, por supuesto), Efraim Medina, Andrés Salcedo, Fernando Vallejo y Antonio Caballero. Después de varios de días de producción, no había material para presentar pues todos los participantes permanecían encerrados en los cuartos y había muy poco contacto. Daniel Samper, el primero en aburrirse, tomó la batuta para iniciar dinámicas. Golpeó puertas e invitó a los demás participantes a desarrollar alguna actividad en grupo, pero se sumió en una profunda depresión cuando Medina le dijo que parecía un recreacionista de caja de compensación.
La depresión resultó tan seria, que fue necesario llamar a un sicólogo para que lo tratara. Ante la llegada del personaje, todos los participantes dejaron sus cuartos y salieron para ver qué pasaba. Ante la visita del especialista, todos argumentaron tener una depresión desde hace mucho tiempo y solicitaron una cita. El diagnóstico no pudo resultar más sorprendente: todos resultaron hipocondriacos, algunos además con complicaciones serias, pero a ninguno se le encontraron síntomas reales de depresión (observación que, por lo demás, los deprimió todavía más). El sicólogo dijo, además, que Medina tenía el pipí chiquito, y a los demás intentó explicarles que era diferente una depresión de una vida deprimente. De Samper dijo que sufría un raro caso de incapacidad para aceptar el rechazo, y de Salcedo que parecía educado en otro siglo.
Después de la conmoción y frustración que supuso la visita, hablaron simultáneamente por tres horas cada uno y sin alternar el uso de la palabra. Algunos hablaron de Lacan y Freud, mientras que otros utilizaron argumentos de clase, todos para cuestionar la competencia del visitante. Medina se encerró en el baño con todos los ejemplares de Soho donde salieran artículos suyos, y Vallejo intentaba espiarlo. Caballero, sin saber nadie de dónde había sacado alcohol pues no había en la casa, apareció borracho y envuelto en una túnica, gritando que él era El Quijote.
Fue entonces cuando Andrés Salcedo, con gallardía y solemnidad pudo callarlos a todos, y cuando lo estuvieron escuchando propuso que le hicieran caso a Samper y jugaran algo. Vallejo gritó desde algún punto del techo que se había quedado atrapado en un tubo de ventilación, pero que jugaría twister si Medina también participaba. Daniel Samper gritaba entre sollozos que ya no quería que nadie jugara nada, y que ni soñaran con pedirle prestado el twister.
Fue en este punto que la escena se volvió un circo sicodélico. Caballero embistió a Samper y le propinó un puñetazo mientras le gritaba "¡Toma esto, Bojote!" En el baño sonó un golpe, y Medina empezó a gritar como costeño pringado con ortiga. La puerta se abrió y salió corriendo en calzoncillos, mientras Vallejo lo perseguía gritando que el techo se había roto, que si le había hecho daño.
Andrés Hoyos, ante tal locura, se detuvo a pensar un rato y de repente abrió (tan sólo un poco) sus ojos rasgados. Algunos pensaron que había tenido una idea brillante, pero cuando abrió la boca y dijo que llamaran a García Márquez para que lo arreglara todo, el mundo entero supo que realmente era un malpensante. Vallejo, horrorizado ante tan espantosa idea, dejó de perseguir a Medina por todos lados, descolgó un extinguidor y le propinó un golpe a Hoyos que lo dejó inconsciente. Caballero empezó a dictar cátedra sobre las leyes de caballería, en particular sobre lo poco cortés que resultaba atacar a un oponente que no estuviese armado. Samper, repentinamente, sufrió un colapso nervioso y empezó a gritarle a Antonio que él no era ningún caballero, que todos sabían que estaba hasta el cuello en deudas y que no tenía en qué caerse muerto. Y empezó a patear a Hoyos, y de repente miró al cielo y dijo "Dios Santo"... antes de caer abatido por un nuevo extinguidorazo de Vallejo, que cerró la conmoción diciendo:
- Perdón, pero no soporto ni a las locas, ni que nombren a Dios en vano.
Andrés Salcedo empezó a hablar en alemán, cosa que también pareció molestar a Vallejo, pues concedió un nuevo golpe y lo dejó en el piso. Caballero, por algún motivo, decidió autoexiliarse pues según dijo debía pagar su penitencia, y se encerró en un cuarto a leer en voz alta todos los ejemplares de Semana. Mediina intentó utilizar el teléfono para llamar a la policía, pero al ver que no funcionaba no tuvo más remedio que mirar hacia Vallejo y ver que había cortado el cable.
- Hay dos maneras de hacer esto,-le dijo Vallejo a Medina- y aunque las dos implican utilizar este amigo [el extinguidor], le aseguro que una es muchísimo más dolorosa.
De la mano entraron al cuarto nupcial, y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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