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Crónicas marcianas: Mohan vs. Sata

Sata y Mohan son oriundos del mismo pueblo: un caserío a cuatro horas en burro de la carretera. Y como en India no hay burros, pues toca a pié, y como el tiempo no importa, pues también son cuatro horas. Si en Colombia Macondo es un pueblo perdido en medio de la selva y la burocracia del estado, en India la ignominia se siente (al igual que en la película de Greenaway) al ahogarse entre números.

Sata, como Garrincha y Eudalio, tiene una pierna más corta que otra. Es algo sordo, y bastante temperamental, especialmente si sus malformaciones son tema de burla. En una ocasión encerró a golpes entre un baño a un niño vecino que osó proferir un chiste, y acto seguido llamó a la policía. Cuando un trabajador deseó intervenir, Sata no tuvo inconveniente en arreglar el asunto puñal en mano, y esperar a las autoridades con sus dos verdugos compartiendo sanitario. Hay que resaltar que la policía, por ser India, se demoraría, y peor aún, que el baño, por ser India, era un espanto. Llegó la policía y regañaron a Sata por molestarlos por estupideces, pero la personalidad queda más que bien descrita por la historia: una mezcla entre personaje de Tenessee Williams y Tarantino.

Mohan, descrito en crónicas anteriores, es el cocinero neurótico y compulsivo. El ashram come según sus tradiciones religiosas, que excluyen el yoghurt en cambio de estación, jamás sirve un minuto tarde la comida, no prueba bocado si no es él quien cocina, no tiene inconveniente en tomar con sus manos las ollas directamente del fogón, y quiere visitar Japón.

Como en cualquier pueblo pequeño del planeta, los dos personajes están fuertemente emparentados. Son todas las combinaciones que permiten las palabras: medio primos vecinos políticos y concuñados.

En días pasados, Mohan cayó enfermo. La gente insistió en que se tomara un descanso. Mohan se rehusó, y días más tarde la comida empezó a empeorar drásticamente. Que el cocinero esté enfermo, eso a pocos importa. Pero que la comida no esté buena, eso sí es motivo de alarma. Por lo menos, para mí, y ante la falta de actividades diarias, decidí investigar un poco.

Mohan, como muchos indios, ve a su familia más o menos 15 días al año. Ellos, en su Macondo, viven cómodamente con el dinero que él manda. Trabaja sin descanso, y cuando descansa no come. Vive en un cuarto pequeño, y sale poco de la cocina.

Y, entre tanto, ¿qué tiene que ver Sata en todo esto? Sata cocina delicioso, según informaron mis fuentes confidenciales. Aparentemente tiene una sazón muy distinta a la de Mohan, de manera que el cambio resulta más que agradable. ¿El problema? Sata y Mohan, no se pueden ver. Aparentemente Mohan juró que Sata entraría en la cocina sobre su cadáver.

¿Por qué se odian? preguntará el lector curioso. Un día Mohan necesitó sábanas nuevas para su cama. Sata le dio el juego más viejo que había. Mohan le pidió que lo cambiara, y Sata se negó. ¿Hace cuánto? Más de un año, dicen unos. Otros, que hace ya varios.

La pelea le resultará conocida a todo aquel que tenga hermanos menores o que lea diarios nacionales. La moraleja, si es que hay una, está en el desenlace de la historia: minutos después de sugerirle a Mohan la posibilidad de que Sata entrara unos días a la cocina, la enfermedad se desvaneció en el aire como la virginidad de Britney Spears.

Últimamente, Mohan cocina como nunca.
India 4399379835122501223

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