Proyecto 52

Este es un ejercicio inspirado por un curso de Pensamiento sobre el futuro (Future Thinking) que tomé en Coursera. Una de las herramientas que han desarrollado para esta disciplina es escribir editoriales desde el futuro. Acá un intento con fines terapéuticos. 

Como muchos saben, mi investigación ha estado dedicada al campo de los estudios de causalidad multitemporal desde el neo-constructivismo. Para quienes no estén familiarizados (si eso es posible, dada la cantidad de referencias al campo por la crisis mundial actual), hace alrededor de 70 años —en las primeras décadas del Siglo XXI— el constructivismo cuántico tuvo rápidos avances. Por mucho tiempo los resultados de otros campos estuvieron restringidos a escalas particulares, como por ejemplo algunas conjeturas teóricas con cierta validación empírica del comportamiento de partículas subatómicas. Sin embargo, la combinación de la computación cuántica con enfoques como el constructivismo, permitieron escalar significativamente el potencial de fenómenos cuánticos. En particular, esto conllevó al cuestionamiento de la causalidad tal y como se entendía, de secuencia de efectos, pues uno de los resultados más inesperados de la rama fue entender el tiempo y la causalidad de manera bidireccional.  Esta revolución teórico-empírica rápidamente permeó y se mezcló con otros campos y preguntas, derivando en nuevas interpretaciones de la historia, la ecología, la economía, entre muchos otros campos.

 

Antes de la revolución de la causalidad bidireccional, había problemas epistemológicos para combinar observaciones diferentes sobre eventos similares. Por ejemplo, algunos académicos de la época sostenían que el progreso sostenido de la humanidad era evidente en ciertas estadísticas, como el número de muertes por enfermedades prevenibles, el aumento de expectativa de vida, entre otros. Hans Rosling, una especie de académico celebridad de la época, es uno de los mejores exponentes de esta corriente. Por otro lado, lo que hoy conocemos como el ambientalismo temprano, los primeros intentos por abordar la crisis climática, anunciaban el colapso que viviría la humanidad unas décadas más tarde. Para la mentalidad de entonces, resultaban posiciones muy difíciles de conciliar (evidentemente, no contaban con las herramientas teóricas y la demostración empírica de la cual disponemos hoy) y la academia se debatía entre el optimismo y pesimismo ideológico asociado de manera casi natural a diferentes disciplinas. Esto fue lo que permitió romper la computación cuántica con la revolución de la inteligencia artificial. La posibilidad de correr súper simulaciones, escalar casi al infinito la cantidad de agentes y relaciones, permitió en principio unificar dos campos de la física de entonces, la cuántica con la relatividad especial. Más tarde, este poder computacional y algunos hallazgos de la época, permitió integrar modelos teóricos y escalas de una manera sin precedentes. Ahora parece casi natural tener a disposición en un solo comando la contribución de cada evento, cada producto al bienestar del planeta. Las supersimulaciones nos permitieron conectar cada acción, por mínima que fuera, con los diferentes futuros posibles. Hay que recordar que en ese entonces, una simulación de una red ecológica desbordaba las capacidades computacionales, mientras que hoy esa simulación la ejecuta de manera rutinaria los suplementos dietéticos nanotecnológicos (SDTs) que se han vuelto tan comunes últimamente.

 

Repensar la crisis climática con base en supersimulaciones es sin duda el proyecto de mayor impacto de este enfoque, por lo cual todos asocian hoy las supersimulaciones al clima, pero pocos saben que el origen fue justamente el intento por unificar campos irrenconciliables hasta entonces de la física. La coexistencia de todos los estados posibles, y su discretización en el tiempo hasta las interacciones más elementales a escalas observables para los humanos (así como para escalas temporales enormes), es justamente la revolución mental de este enfoque.

Si bien entender el detalle de todo esto es muy difícil (de hecho muchos aseguran que buena parte de las matemáticas y modelos diseñados por IA están fuera de la comprensión humana), la intuición detrás de toda esta teoría es muy simple. La explicación más sencilla se ha popularizado con el cuento Starship Earthling de la gran Li Chang, una escritora de literatura y comunicación científica. En la historia, un protoplaneta artificial y sin conexión con otra civilización o población de su misma especie ocupa un cinturón de asteroides en torno a una estrella de segunda generación relativamente débil, en sus últimos años. El desarrollo tecnológico de sus habitantes hace que estén cerca de lograr viajes interestelares. Sin embargo, hacerlo requiere de un equivalente a la energía almacenada en la estrella de su sistema planetario. La historia es una representación literaria de la paradoja de Fermi, la cual sugiere que si no hay evidencia de existencia de otras civilizaciones, hay una alta probabilidad de que las sociedades se autodestruyan antes de lograr esa tecnología, que requiere cantidades de energía equivalentes a una estrella o una galaxia entera. En ese sentido, Starship Earthling está en los albores del viaje intergaláctico y en cuenta regresiva ante la inminente muerte de su estrella, y con una paradoja bastante pesada a cuestas. A lo largo de la historia, se relatan los altibajos del proceso científico, en el cual entre más se acerquen a lograr la tecnología, más cerca están también de su autodestrucción, y a la vez, mientras más se dilata el proceso, más lejos están de dicho umbral. El proceso y el resultado, en este caso binario (lograr la tecnología para los viajes interplanetarios, o perecer inevitablemente ante la muerte de su estrella), están intrínsecamente conectados. En la medida en que se avance, se acelera el proceso de autodestrucción. Por supuesto que no es la única descripción de esta paradoja, la importancia de esta narrativa para popularizar el concepto a mediados de este siglo, es posible encontrar compilaciones literarias de estas paradojas (algunas editadas por la misma Chang).

 

Nadie habría imaginado entonces que dicho modelo, en principio puramente teórico y basado en observaciones que solo se podían realizar experimentalmente a escala subatómica, revolucionaría el campo de la crisis climática. La llegada de las supersimulaciones, la arquitectura de máquina basada en diseños producidos por inteligencia artificial, permitió escalar todos estos fenómenos hasta lograr abordar fenómenos como el primer colapso planetario, algo que se escapaba de todo modelo científico hasta la fecha. Ahora nos parece natural tener ciencia basada en modelos y matemáticas que son superiores a la entelequia humana (tenco-ciencia), pero en la ciencia clásica, la falta de estos modelos resultaba en imprecisiones enormes a la hora de abordar problemas de complejidad planetaria. Los modelos tecnocientíficos permitieron no solo estimar mucho más acertadamente la crisis planetaria, sino que permitieron además entender y predecir los saltos abruptos del sistema planetario: extinciones masivas, eventos climáticos extremos, pandemias, priones, y otros fenómenos derivados del sistema planetario fuera de equilibrio. Estos primeros modelos establecieron en primera medida 3 hitos de colapso planetario (después de poder describir el primero observado, los otros 2 estarían por delante) y luego se subdividieron nuevamente hasta 9 (3 en cada hito). En la actualidad, se estima que el siguiente hito de colapso planetario será el segundo de la primera subdivisión.

 

 

El inicio del primer colapso se ha rastreado hasta principios del Siglo XXI, donde confluyeron una serie de pandemias, la crisis económica conocida como la Segunda Gran Depresión, y que precipitaron al colapso del capitalismo clásico y derivaron en el sistema digital que tenemos actualmente. La tesis de esta investigación, asistida con IA para reconstruir patrones históricos en proyecciones a microhistorias, además del reciente hallazgo de todo el material administrativo y clasificado asociado al Proyecto 52 nos permiten reinterpretar la narrativa social de uno de los momentos más críticos de los últimos años: la transición a una Economía Mundial Asistida.

 

La historia del proyecto 52 comienza de manera tan fantástica como se puede suponer. Los primeros documentos que, sin saberlo, documentaron el proyecto fueron posts en redes sociales (una especie de contactos asincrónicos basados en texto e imágenes que existía en la época y dominaba las interacciones sociales), pero fueron rápidamente desacreditadas como teorías de conspiración (esa época coincidió con la Crisis de la Información, de manera que no es difícil creer que nadie le prestara atención al tema.

 

En los posts, algunos jóvenes empezaron a detectar la duplicación de zonas geográficas completas en lugares diferentes del planeta. La tecnología de entonces no dejaba ver con gran resolución las construcciones, pero ahora sabemos que estas zonas de aproximadamente 400 kilómetros cuadrados de área contenían poblaciones de alrededor de 250 mil habitantes, laboratorios hiperespecializados en el campo que llamaban gain of function, grandes galpones de servidores off the grid (luego se supo que operaban con una especie de red remota muy sofisticada), y una operación de inteligencia militar escondida en lo que parecían espacios residenciales.

La operación estuvo a cargo de Yevgeny Roldugin, un viejo conocido del entonces líder ruso Vladimir Putin, y aparentemente, solo tenían conocimiento del proyecto el presidente, su ministro de defensa y hombre de confianza Sergey Shoygu, y su antiguo compañero en los días de entrenamiento para la KGB, Yevgeny Roldugin.  Los pocos documentos que existen sobre esas reuniones relatan una historia digna de una novela gráfica: las reuniones tenían lugar en el estudio de pintura Shoygu, aficionado de las artes plásticas y especializado en paisajes y arte militar. De hecho, realizó varias exposiciones y sus cuadros lograron amplia circulación (aunque se dice que fue una estrategia para mover las fortunas personales del círculo más íntimo del presidente). Además de su afición por la pintura, Sergey Shoygu era un adepto coleccionista de espadas y dagas de toda Asia, con lo cual las reuniones estratégicas para definir el destino del Proyecto 52, por algo que se volvió tradición entre estos 3 hombres, tenían lugar en medio de juegos de rol donde cada uno vestía armaduras históricas y representaban una mezcla de batallas mitológicas e históricas en medio de intensos estados de alicoramiento. En más de una ocasión el juego de rol se salió de control y llegaron a hacerse daño, incluso a tener que ir al hospital y someterse a procedimientos quirúrgicos (aunque nunca fue el Presidente quien sufrió las heridas más graves). 

El Proyecto 52 no podía haber nacido en un contexto diferente a un delirio de poder en medio de otro delirio de poder. En su objetivo de desestabilizar el orden mundial, debilitar las democracias y fragmentar Occidente, en una de las empresas de manipulación mundial e ingeniería social de mayor envergadura jamás vistas. A grandes rasgos, el proyecto consistía en crear varias “burbujas” completamente aisladas del mundo exterior (algo bastante difícil ya para esa época, donde la masificación de las telecomunicaciones hacía prácticamente imposible ese objetivo) en donde se mezclaron centros de investigación en manipulación de opinión a través de las redes sociales, centros de guerra digital donde convivían grupos de ciberespionaje con hackers financiados por el gobierno, centros de entrenamiento para agentes dedicados a manipulación de multitudes, y lo más importante y escabroso de todo, la población objeto de experimentación, sobre quienes se llevaban a cabo diferentes intervenciones tanto epidemiológicas como sicológicas.